jueves, 4 de septiembre de 2014

El giraldillo, por revoleras





Burgos llama “La Guapa” a la Giralda y “La Gorda” a la Torre del Oro. Hombre, don Antonio, La Guapa es guapa por méritos propios, y el giraldillo no vea. Ese tiene tela. Porque Giralda, lo que se dice Giralda no es toda la torre que fotografían los turista desde la calle Mateos Gago, don Francisco, canónigo y opuesto a las ideas darwinistas  y que hoy estira la raspa en el Panteón de Sevillanos Ilustres. Su calle sirve de bocana al Barrio de Santa Cruz, con su lunita plateada. Giralda, lo que se dice Giralda, es el último tercio de la torre, que los otros dos tramos, mirados del suelo hacia arriba, son el alminar de la vieja mezquita en la época almohade. Giralda, lo que se dice Giralda, don Antonio, sólo es lo que va sobre el campanario, donde habitan las manolas, o sea las 24 campanas, incluida la tinaja, que es esa bola dorada sobre la que descansa el giraldillo, esa veleta de bronce que se mueve con las hechuras de José Tomás frente al astifino de divisa verde y colorada de los Cebada Gago. Y ya llevo escrito dos Gago sin que éste sea apellido sevillano. Antonio Machado de Faria nos cuenta en su “Armorial Lusitano” que el apellido Gago ya se usaba en el siglo XII en Portugal. Se le llama giraldillo porque gira según sopla el aire. Lo de Giralda es sólo por extensión. La Gorda, don Antonio, sólo parece gorda si se la mira desde el Paseo de Colón. Pero vista desde la orilla del Guadalquivir, desde el Arenal, la cosa cambia. Sus dos cuerpos dodecagonales y un tercero cilíndrico fueron hermanos de la Torre de la Plata, en el barrio de Triana. Lo que le pasa a la Torre del Oro, a La Gorda, como usted la llama, es que lleva polisón atado a la cintura para crear una figura más estrecha en su parte alta, como puede verse en el escudo de Santander, donde aparece una gruesa cadena que la une por el río Guadalquivir con la Torre de la Plata para servir de freno al avance de barcos enemigos. Y donde hay, también, una carabela sobre unas aguas de mil rayas y las cabezas de san Emeterio y de san Celedonio sobre un  cielo muy azul. Eso sí, en La Gorda oro ya no queda. Se lo gastó Rodríguez de la Borbolla en una cena pantagruélica por el Sena, Monteseirín construyendo setas en La Encarnación y el Tío de la Mariscada el día que decidió terminar con toda la producción de Pescanova.

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