jueves, 11 de septiembre de 2014

Un día para olvidar





Diez de septiembre. La prensa de papel gasta ríos de tinta y llena portadas con motivo de la muerte de Emilio Botín. Y algunos, como Prisa, le dedican más espacio a ese óbito inesperado que a la coronación de Felipe VI. Se comprende, dadas las circunstancias por las que atraviesa el grupo editorial. Botín fue el último virrey, el amo de la cuerda de trenzado. Y como en las monarquías que todavía quedan en pie como un lastre de la Edad Media, no sé si en los virreinatos, a rey muerto, rey puesto. No se han esperado ni veinticuatro horas para que el consejo de administración del Grupo Bansander utilizase los mecanismos de ajuste con el nombramiento de su hija Ana Patricia, a la que le gusta que le llamen “presidente”. Será porque la Banca, como el brandy Fundador, siempre fue cosa de hombres.  También ayer, Ana Botella contaba que no desea presentarse a la Alcaldía de Madrid. Ha hecho bien en tomar esa decisión. Seguro que no hubiese repetido cargo. Tampoco fue elegida. Simplemente, al ir segunda en la lista por agradar a Aznar y mantener vigoroso el egocentrismo de su mujer, esa dama sustituyó a Alberto Ruiz-Gallardón cuando fue nombrado ministro de Justicia. Pero su breve etapa de mandato madrileño ha hecho bueno el Principio de Peter sobre los niveles de incompetencia. Algo semejante a lo que aconteció en Zaragoza con Antonio González-Triviño cuando murió Ramón Sáinz de Varanda, o a José Atarés cuando Luisa Fernanda Rudi fue nombrada presidenta del Congreso de los Diputados. Segundas partes nunca fueron buenas. Y conocíamos ayer, además,  que la Abogacía del Estado, en un escrito de 27 páginas, salía en defensa de Cristina de Borbón, donde señalaba que “el hecho de ser cónyuge de un defraudador a la Hacienda Pública no convierte a uno en partícipe de esa defraudación”. Hombre, contado así, parece evidente. Pero si se hace referencia al caso Nóos y a la copropiedad en Aizoon, donde la infanta firmaba actas de las juntas generales, todo apunta a que las cosas fueron de otra manera. También señalaba la Abogacía en su escrito que “para acusar de un delito contra Hacienda se requiere una participación activa, consciente y dolosa”. Contado así, también parece evidente. Pero “la cooperación silenciosa” y “la ignorancia deliberada”, según mantiene el juez Castro en sus 227 folios en su segunda imputación a la infanta (19 folios en la primera), no son precisamente virtudes teologales ni obras de misericordia, que son la disposición a compadecerse de los trabajos y de las miserias ajenas. Cuando salió el auto de imputación, el abogado Jesús Silva declaró que la infanta firmó los papeles “porque estaba enamorada” y días más tarde, el fiscal Pedro Horrach acusó al juez Castro de conspirar contra Cristina de Borbón. Dijo Pascal que “el amor tiene razones que la razón no comprende”. Pero aquí también puede valer aquello de su apuesta, la “Apuesta Pascal”, para el ciudadano Urdangarín: Si vous gagnez, vous gagnez tout; si vous perdez, vous ne perdez rien”. O sea, si gano, que me quiten lo bailado; y si pierdo, que me libre de la cárcel el Consejo de Ministros.

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