viernes, 24 de octubre de 2014

Estancos, el "holding Comillas" y un poeta social





Me entero de que, de ahora en adelante, los estancos podrán vender todo tipo de productos por la modificación de la ley sobre el modelo de distribución de labores en España, publicada en el BOE el pasado 10 de septiembre. Es decir, que en un estanco, además de sellos de Correos, tabaco y artículos del fumador, se podrán servir  botellas de “Machaquito”, latas de sardinas “El velero”, calzoncillos “Cañamares”, o el cancionero con los éxitos más celebrados de Los Chalchaleros. Ha sido una buena idea ese cambio de ley. Los españoles cada día fuman menos, las pólizas pertenecen al pasado, las letras de cambio no se estilan, ya sé que no se estila que te pongas para cenar jazmines en el ojal, cada día se escriben menos cartas de amor y las que llegan al buzón suelen estar relacionadas con tasas municipales y cargos en cuenta de los bancos, todas ellas con “franqueo concertado” para fastidio de los filatélicos. Antes era distinto. Los estancos se les concedían a las viudas de los generales o a los mutilados de guerra. Lo que pasa es que mutilados de la última contienda ya casi no quedan y las viudas de los generales prefieren matar el tiempo en los “rastrillos” y en las mesas petitorias colocando banderitas. Con tanta necesidad obrera, tanto paria en la Tierra y tanta famélica legión, a esas distinguidas señoras no les queda tiempo para despachar detrás de un mostrador  cajas de “Farias” y cartones de “Fortuna”. Por otro lado, no está nada mal que los estancos deriven en bazares al estilo chino, en tiendas de conveniencia. También se supone que cambiará la labor del Comisionado del Mercado de Tabacos, (o sea, ese organismo que es lo más parecido a una agencia de la Gestapo,  cuyos agentes secretos aparecían de sopetón en los estancos y multaban  por un quítame allá esas pajas) y que ahora, con la nueva normativa, sólo podrán realizar las inspecciones a posteriori, pero de no sabemos a posteriori de qué. Con César Alierta desapareció el monopolio de Tabacalera de la misma manera que mucho antes había dejado de administrar esa empresa estatal la Compañía de Tabacos de Filipinas, que fue la primera multinacional española que tuvo un servicio propio de navíos y una línea de ferrocarril de más de mil kilómetros para el transporte de sus productos, es decir, el tabaco, la explotación forestal, el azúcar (Central Azucarera de Bais y Central Azucarera de Tarlac) y la distribución de alcohol, copra, abacá y maguey, así como también  la compañía de seguros, la Tabacalera Insurance Co., y la fábrica de papel, la Compañía de Celulosa de Filipinas, que elaboraba papel y cartón aprovechando el bagazo de la caña de azúcar. Del mismo modo, creó la red eléctrica de Manila y los tranvías de la capital. Tampoco existe la que fuese Casa Central, situada en las Ramblas de Barcelona, junto a la Iglesia de Belén y que ahora ha quedado convertida en el Hotel 1898. La Compañía de Tabacos de Filipinas se constituyó en Barcelona el 26 de noviembre de 1881 por iniciativa de Antonio López y López (primer marqués de Comillas),  el Banco Hispano Colonial, la Sociedad General de Crédito Inmobiliario Español y el Banco de París y de los Países Bajos (Paribas). La Segunda Guerra Mundial, la ocupación de Filipinas por los japoneses y la posterior liberación por el Ejército norteamericano ocasionaron una grave crisis para la Compañía. Se destruyeron casi todas sus instalaciones y fábricas y las oficinas centrales en Manila, paralizando los negocios. Ahora la casa madre está en Holanda. Pero ese es otro cantar.  Por cierto, el poeta Jaime Gil de Biedma y Alba (tío de Esperanza Aguirre y de la fotógrafa Ouka Leele, o sea, Bárbara Allende) fue secretario general de la Compañía hasta casi su muerte, en 1990. Su padre, Luis Gil de Biedma, había sido consejero de la Hullera Española antes y después de la guerra civil; su tío José, Conde de Sepúlveda, era en 1956 consejero de la Trasatlántica, compañía de la que Javier Gil de Biedma Vega de Seoane era entonces secretario general. Su abuelo Javier Gil Becerril había sido el apoderado en Madrid del Marqués de Comillas, cargo que debía a su enlace con Isabel Biedma, nieta de Atanasio de Oñate, consejero de la naviera desde 1882 y hasta su fallecimiento. En fín, lo dejo aquí, que me canso, o terminaré escribiendo la segunda parte de “Pío XII, la escolta mora y un general sin ojo”, ahora que Paco Umbral ya no puede evitarlo, o sea.

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