martes, 21 de octubre de 2014

Sistema moribundo




El periodista Alberto Lardiés lo tiene muy claro: “O se regenera España por la vía de las reformas legales profundas o habrá que votar a Pablo Iglesias para zarandear este sistema moribundo”. Y eso lo cuenta en el mismo medio (Vozpópuli) donde otro colega, Jesús Cacho, al referirse a Rodrigo Rato, en su artículo “El hombre al que perdió la soberbia y el dinero”,  señala lo siguiente:
“Él y otros como él son los directos responsables de la deriva comatosa, el camino de perdición que a partir de primeros de los noventa ha recorrido nuestro sistema político, devenido en una triste cloaca donde chapotea toda corrupción imaginable. Solo había en ellos espejo para el dinero, alma para su firme determinación de enriquecerse, su querencia a pagar favores con favores, a confundir lo público con lo privado, a caminar por el lado oscuro de la ley, a dar la espalda a las necesidades a largo plazo de un país que, tras la pobreza vivida de siglos, tras los siglos de borbónicas incurias, hubiera necesitado de la exquisita honradez de unas élites ejemplares para pavimentar con solidez su camino hacia el futuro. No fue así, no ha sido así y por eso estamos aquí. "De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal" (Jaime Gil de Biedma).
Da pena escuchar eso. El tema de las tarjetas opacas de Cajamadrid sólo es un caso más de lo que acaece en España. Rato salió del FMI sorpresivamente, sin dar tiempo a la reacción. Pasó algo parecido con Juan Carlos I, donde desde el Gobierno y la “presa del pesebre” rebozaron esa “espantada súbita” con el pan rallado de que el Rey “tenía pensada su abdicación desde principios de año”. Nadie con dos dedos de frente se lo creyó. Y lo primero que se le ocurrió hacer  Rajoy, sin que la ciudadanía se lo pidiese y antes de que el nuevo rey fuese coronado, fue aforar al rey saliente  por procedimiento de urgencia y con carácter retroactivo el domigo, 13 de julio (BOE, 12 de julio) mediante un artículo en el que se establecía que las posibles causas civiles y penales que pudieran entablarse contra el rey después de su abdicación de dirimirían en el Tribunal Supremo, “atendiendo a la dignidad de la figura de quien ha sido el Rey de España, así como al tratamiento dispensado a los titulares de otras magistraturas y poderes del Estado”. El pusilánime Rajoy ya podía respirar tranquilo tras haber dado en el chiste con esa “extravagancia jurídica” por el carácter retroactivo de tal privilegio.  Y, colorín, colorado, se cerró un aforamiento exprés y total de Juan Carlos en el Congreso, en sesión extraordinaria y sólo con el voto del PP, de los dos diputados de UPN y Foro de Asturias. ¡Oh, que lindo¡ España puede ser republicana o monárquica, o mitad y mitad, pero lo que no se puede consentir de ninguna de las maneras es que Urdangarín, yerno del rey, o Spottorno, jefe de la Casa Real, estén presentes en el juego de la corrupción, cuando su probidad debería haber sido exquisita en un país donde existen seis millones de ciudadanos desempleados y donde los datos de Cáritas ponen los pelos de punta.




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