sábado, 29 de noviembre de 2014

El sexo de las estatuas





Uno sabe que Tokio o Austin existen, aunque nunca haya estado de visita, porque no queda otra. A ver quién es el guapo que dice lo contrario. Se le acusaría de aldeano, además de inculto. Pero, claro, hay cosas que siempre se han tomado como propias y nadie nos ha sacado del error. Yo, por ejemplo, ignoraba hasta hace poco que el oso rampante sobre un madroño en el escudo de Madrid no era un oso, sino una osa; o que a uno de los leones en bronce del Congreso, a Daoíz, le faltaban los testículos. Yo, ya perdonarán, no acostumbro a mirar el sexo de las estatuas. Tampoco me llama la atención, salvo los atributos de los leones zaragozanos del Puente de Piedra, que son memorables y los del caballo de Espartero, en el Esplón de Logroño, que le cuelgan como aldabas. La respuesta al misterioso caso del león Daoíz habría que habérsela preguntado al zaragozano Ponciano Ponzano, de no haber fallecido en 1877. Un hombre pobre que pudo ser enterrado gracias a la aportación financiera de la Real Academia de San Fernando. Pues bien, me entero de que ni el chotis ni el organillo tienen nada que ver con Madrid y que el mantón de Manilla, cantado en la castiza zarzuela en un acto “La verbena de la Paloma”,  no procedía de Manila sino de China; el chotis, de Escocia y el organillo, de Italia. Una zarzuela con música de Tomás Bretón y libreto de Ricardo de la Vega que tuvo un segundo título:”El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos”. Así cantaba Julián: “¿Dónde vas con mantón de Manila? / ¿Dónde vas con vestido chiné?”, a lo que respondía Susana: “A lucirme y a ver la verbena, / y a meterme en la cama después”. Sin embargo, antes, sí se acierta en las Seguidillas precedentes: “Por ser la Virgen/ de la Paloma/ un mantón de la  China-na, / China-na, / te voy a regalar”. Lo que sí parece cierto es que, para que tras su largo viaje los mantones llegaran a los puertos de destino en óptimas condiciones, se idearon y fabricaron en Filipinas, donde los barcos hacían escala, unos estuches de embalaje especiales: cajas cuadrangulares de madera lacada y dorada, decoradas con incrustaciones de madreperla y motivos chinescos. En su interior contenían a su vez otra caja de cartón entelado en la que se plegaba una única pieza. Pero en la primera mitad del siglo XIX,  las modas europeas impusieron sus tonos grises y opacos en el vestido femenino, y el mantón de Manila, caído en desgracia entre la burguesía, fue descendiendo estratos sociales hasta refugiarse en el casticismo de las manolas madrileñas. Sucede con todas las modas. Cuando llegan a los estratos más bajos de la sociedad, la gente pudiente deja de utilizar las prendas de inmediato. El mantón llegó a ser tan popular que, por ejemplo, en Ramales de la Victoria (Cantabria) se celebra durante el mes de julio la Verbena del Mantón, rememorando la batalla de Guardamino, 1839, cuando el general Maroto y su partida carlista, batiéndose en retirada, dejaron olvidado un baúl lleno de mantones,  que el isabelino Baldomero Espartero repartió entre las mujeres lugareñas. Ese día, que coincide con el primer sábado de julio, se celebra un concurso de parejas de baile, donde de se interpretan pasodobles y chotis por la Banda Municipal, que añade un organillo a sus habituales instrumentos musicales. Pero nada es lo que parece. El chotis se bailó por primera vez en España en el Palacio Real el 3 de noviembre de 1850. Isabel II organizó un baile donde los músicos tocaron una polca alemana (schottisch), entonces de moda en Bohemia. El organillo de manubrio se inventó a principios del siglo XIX en Inglaterra y lo introdujo en España el italiano de Caserta Luis  Apruzzese. Su hijo Antonio (1906-1995) grabó muchos discos y participó con Marco Ferreri en la música de la película “El Pisito”, con guión sobre una novela de Rafael Azcona estrenada en 1959. Antonio Mingote se encargó de hacer el cartel anunciador.

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