lunes, 24 de noviembre de 2014

Un sesquicentenario




Google nos recuerda en su griboullage (los cursis dicen doodle) al abrir la pantalla del ordenador que hoy se cumple el sesquicentenario del nacimiento de Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Montfa; que, como escribe hoy Natividad Pulido en las páginas de ABC, fue “un pintor de bebedores de absenta y de busconas de Montmartre”. Al margen de sus estampas del París nocturno, de sus litografías y de sus carteles publicitarios del Moulin Rouge, Mirliton, Moulin de la Galette y Le Chat Noir, a Toulouse-Lautrec se obsesionó todo aquello relacionado con el espíritu japones (como muestra, nada mejor que el retrato de la payaso Cha-U-Kao), algo sólo comparable con la obsesión que el catalán Francisco Masriera sintió hacia el mundo árabe y las odaliscas. Tanto uno como otro supieron captarlo y reflejarlo en sus respectivos trabajos. Toulouse-Lautrec se obsesionó con la bailarina de can-can Yvette Guilbert hasta el punto de retratarla una y otra vez  –como recuerda Pulido- “envejecida y deformada, hasta el punto que Yvette llegó a escribir al pintor: ‘¡Por amor de Dios, no me haga tan atrozmente fea!”. No tuvo éxito en el amor y posiblemente atormentado por su físico se refugió en los prostíbulos y en el consumo de absenta. Completamente alcoholizado, ingresó en varios sanatorios y murió en Malromé (Región de Aquitania) prematuramente, con sólo 36 años, en 1901. Su madre, Adèle Tapié de Celeyran, le dedicó un museo en la ciudad francesa de Albi, en el departamento de Tarn, región de Mediodía-Pirineos.

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