miércoles, 17 de diciembre de 2014

El mayor de los infiernos




El centenario de la publicación de “Platero y yo” casi ha coincidido con un hecho brutal. Un descerebrado pretendió hacerse una foto sobre una cría de asno de pocos meses que estaba de “figurante” en el belén del Ayuntamiento de Lucena. Según me informo, el indeseable sujeto, gordo como un butrino y con cara de majadero (pesa casi 150 kilos), no tuvo mejor quehacer que saltar la valla del establo, apartar supuestamente a patadas al menor de los animales, había dos, y montarse a lomos del mayor, que sólo tenía cinco meses de vida. A los pocos días murió el animal. Este es un país donde hay poca sensibilidad hacia los animales, como se puede comprobar  en las fiestas de los pueblos con los toros embolados; en Tordesillas, con ese toro de la Vega al que persiguen a caballo y dan muerte a lanzadas; o en Manganeses de la Polvorosa, que hasta 2002, año en el que el alcalde, posiblemente por miedo a las sanciones, prohibió el vergonzoso espectáculo. Era costumbre que los quintos del pueblo tirasen una cabra al vacío desde el campanario coincidiendo con las fiestas de san Vicente. De hecho, su escudo está partido, primero de plata, con rama de palma de gules; segundo de gules torre de iglesia surmontada de cabeza de cabra, todo de plata. Al timbre corona real cerrada. Ese pueblo zamorano opta ahora por la cabra de fuego, un artefacto que se lanza desde el campanario de la iglesia y que consigue igual revuelo entre el público que cuando era arrojado un animal. Decía Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz 1952, que “cualquiera que esté acostumbrado a menospreciar la vida de cualquier ser viviente está en peligro de menospreciar también la vida humana”. Una persona que abusa de un animal no siente empatía hacia otros seres vivos y siempre será la antesala de la violencia social. La crueldad origina violencia, y la violencia, delincuencia. Y el maltrato animal también se da en los circos y en las plazas de toros, eso que se ha dado en llamar “fiesta nacional”, ese espectáculo absolutamente anacrónico que todavía es una lacra de la sociedad española por culpa de la incultura y de los intereses económicos de unos pocos. El toro es un animal pacífico que ataca cuando tiene miedo y no encuentra salida. Podría extenderme más, sobre el tercio de varas, el tercio de banderillas, etcétera, pero prefiero no continuar. Dejó escrito Juan Ramón Jiménez: “Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara...”. Lo dicho, aquí lo dejo. Hoy, pensando en el pollino de Lucena me invade un inefable sentimiento de tristeza, el mayor de los infiernos.

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