domingo, 7 de diciembre de 2014

Por culpa de un mal querer





Leo en la prensa que un microbio podría estar acabando con las estrellas de mar en las costas del Pacífico. Un adelanto impensable sobre lo que había pronosticado Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías: “El día del Juicio Final las estrellas de mar subirán al cielo”. También me informo de que “la crisis acaba con la gitana de encima de la tele”.  Ha bajado la persiana “Marín”, la fábrica de Chiclana de la Frontera, después de 86 años produciendo esos adminículos que tanto gustaba comprar a los turistas que llegaban para tomar el sol  y dar sentido hispano a las películas de Alfredo Landa. Los herederos de José Marín Verdugo, que había recibido en 1976 la Medalla al Mérito en el Trabajo, no han podido competir con las muñecas importadas de China. Las “jodías” televisiones planas deben tener la culpa de que el “typical spanish” y el “Spain is different” se hayan precipitado por el cantil de la nostalgia. Y lo poco que queda anda desperdigado.  Lejos queda ya -como recordaba Antonio Burgos en “Memoria de Andalucía”- el día que “Manuel Ortega Fernández "Caracol el del Bulto", el que había sido mozospás (sic)  de su primo José Gómez Ortega "Gallito", se llevó a su niño, con trece años y pantalones cortos, al Concurso de Cante Jondo que Falla y García Lorca habían organizado en Granada. Había pasado una guerra, y aquel "Niño de Caracol" era ya Manolo Caracol, en la España del Niño Marchena y del Niño Mairena. Estaba aquel que ya no era un niño embrujado por culpa de su querer, del querer de aquella Lola de la larga mata de pelo”. Unos se murieron con las películas de Cifesa, otros siguieron con los “tablaos” en el centro de Madrid y algunos, como la hija de Juan Pantoja, aquel que cantaba lo de “que bonita que es mi niña/ entre dos trigales verdes”, está cumpliendo condena, también por culpa de un mal querer metido a alcalde de Marbella. El día en el que Isabel  debutó en Madrid, en el Corral de la Morería, tenía sólo 16 años. Manuel del Rey, propietario del local, insistió en que lo suyo era la copla. Más tarde se vió que lo suyo era la copla, y también el trinque. ¡Alabado sea Dios!

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