domingo, 15 de febrero de 2015

La sinfonola





Las ojeras de aquella chica que estaba detrás de la barra me infundieron ternura. Pedí una copa y apoyé los codos en el mármol de la barra mientras en la sinfonola sonaba la voz de Pepe Pinto. Sólo funcionaba cuando el cliente echaba monedas. Entonces  arrancaba aquel cacharro con un chasquido seco antes de que la aguja arañase el microsurco. Había poca luz, como de un color morado. De los otros clientes de barra solo podía reconocer sus siluetas y las virutas de humo que subían al techo como alma en pena. Se abrió la puerta y apareció un tipo con zapatos blancos y negros y un traje cruzado. Llevaba una flor en la solapa. Ahora sonaba en la sinfonola “Flor sin retoño”,  de Pedro Infante. Aquella mujer me miraba de reojo mientras secaba unos vasos. Quise decirle algo pero recordé aquel proverbio árabe que señalaba que, si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas. Supuse que sería mejor estar callado. No sabía si aquella mujer me miraba por aburrimiento o por tratar de romper el hielo que existía entre ambos. Pero yo era perro viejo, consciente de que es más fácil recuperarse de un fracaso que salir indemne de un éxito. Más tarde entendí conveniente intentar quedar con aquella mujer para otro día, aunque sólo debe encargarse con un día de por medio la paella de Levante y el cocido madrileño. Pagué la copa y salí a la calle. El relente de la madrugada se metía en los huesos. Pisé un charco. Seguí pensando en la chica de la barra y decidí volver otra noche dispuesto a invitarle a tomar un trago. Era consciente de que el huésped de una noche nunca deshace las maletas. Mi sensación de soledad ya era casi como la de los perros abandonados en la carretera. Lo más fácil sería que me llevase un chasco. Me tapé con la bufanda y recordé a Sánchez Ferlosio:
--No me quiere; tal vez no es Melibea
--¡Claro que es Melibea! Lo que pasa es que yo no soy Calixto.
Ya en casa, me metí en la cama y me tapé mucho con la manta en la confianza de que pocas horas más tarde sonara el despertador. Lo malo llega –pensé- cuando el despertador no suena y uno sigue durmiendo para siempre.

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