miércoles, 18 de marzo de 2015

La "marca España"





Muchos ciudadanos están convencidos de que los huesecillos ahora encontrados en el madrileño convento de las Trinitarias son los de Alonso Quijano el Bueno. Este es un país donde muchos hablan del Quijote pero pocos lo han leído y, también, donde siempre han dado mucho juego los huesos de los difuntos, que siempre anduvieron los familiares mudando de un sitio para el otro; y el de los más nimios restos de los santos, siempre  metidos en relicarios y que los católicos besan con devoción el día que el calendario señala su festividad. Así, llegado el día del patrón local, el párroco se reviste con ropas litúrgicas y da a besar una pequeña urna de plata donde se cuenta que se guarda su falange de un dedo meñique o el yunque de un oído. Posiblemente dentro de tales urnas no quede nada, si es que alguna vez hubo algo. Aquí, en Zaragoza, en la cripta de la basílica menor de Santa Engracia, se encuentran los restos de la santa, que fueron sepultados por el obispo Prudencio, que lo era de Tarazona pero se encontraba aquí para no sabemos qué, sus 18 compañeros (Optato, Luperco, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontonio, Félix, Ceciliano, Evodio, Primitivo, Apodemio, y cuatro más, todos ellos de nombre Saturnino. Sobre el nombre de estos cuatro últimos hay una doble tradición, pues otras fuentes los llaman Casiano, Jenaro, Matutino y Fausto) y las santas masas de los innumerables mártires, todos ellos muertos en el año 304, en tiempos de Diocleciano. Los martirologios medievales recogen estas noticias que han llegado a nuestros días. Y el poeta Aurelio Prudencio, en su Peristephanon escribió: “"Póstrate conmigo, generosa ciudad, ante los sagrados túmulos". Y los creyentes lo hacen sin rechistar y con verdadera devoción. Pero el caso de Cervantes es distinto. Lo que desea la alcaldesa Botella es que se sepa pronto, antes de las elecciones municipales, que los restos hallados son los del  Manco de Lepanto en el convencimiento de que, de ser así, aumentará el número de turistas que se acerquen al Barrio de las Letras para visitar las Trinitarias, después de pasar por taquilla con derecho a una consumición  posterior, ese  “relaxing cup of café con leche”,  en un selecto servicio de ambigú que se podrá crear al efecto. Por cierto, en la calle del Rancho, en el madrileño barrio de Orcasitas, ya existe un bar rotulado Relaxing café. Los huesos de Cervantes, de esa manera, expuestos en una churrigueresca vitrina, podrían formar parte de la Marca España, como las castañuelas, el botijo, la montera, las gafas de Quevedo, la pistola de Tejero, la  rubia peluca de Carrillo, o el meyba que Manuel Fraga se puso en Palomares en un arranque de valentía.

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