lunes, 27 de abril de 2015

Esconder a los pobres





La aporofobia es el odio hacia los pobres. Esto viene a cuento con unas declaraciones de Esperanza Aguirre, presidenta del PP madrileño y aspirante a la Alcaldía de la capital de España. Ha dicho que pretende impedir que los indigentes duerman en la calle en el centro de la capital porque “ahuyentan a los turistas”. Pues no sé qué decir. Los pobres deberían estar prohibidos por ley. Si un ciudadano pierde el empleo y más tarde es desalojado de su vivienda al no poder hacer frente a la hipoteca, lo que tiene que hacer es seguir la flecha hasta el puente de Segovia y hacer turno para tirarse al vacío. No es una novedad. Durante los años 90 del pasado siglo se tiraron entre 4 y 6 ciudadanos por mes, aunque la prensa no lo reflejara. Lo que pasa es que unas mamparas impiden ahora que el pobre pueda suicidarse. Para el indigente que no lo sepa, le diré que está en el cruce de la calle Segovia con el río Manzanares. La idea de hacer ese puente (que no viaducto, como suele llamarse) fue la de unir el Palacio Real con San Francisco el Grande salvando un incómodo barranco. Se cuenta que lo inauguró Calderón de la Barca, ya fiambre, en mayo de de 1681, cuando lo cruzó sin estar terminado por la comitiva que trasladaba sus restos mortales desde San Francisco el Grande hasta la Sacramental de San Nicolás. En su libro “Madrid” señala Ramón Gómez de la Serna: “Yo amo la Puente Segoviana, que me recuerda todos los pretiles sobre el abismo que hay en los lugares clásicos y castizos de España, y me parece como una avanzada de nuestro excursionismo, la trinchera exaltada y elevada al cubo, al cubo con que lo cubica todo un albañil”. Yo diría que son los turistas los que ahuyentan a los pobres de solemnidad tirándoles fotos y echándoles unos céntimos al platillo como si esos desgraciados fuesen la Fontana de Trevi. La medida que propone Esperanza Aguirre es una forma de buscar la “solución final” a un sainete tragicómico que ya dura demasiado tiempo. Ana Botella decía que la zona de Chueca olía mal por pulpa de los desarrapados. Y ahora, esta señora, que para mí tiene cara de oler mal, se permite el lujo de proponer la tralla de arreo para que los turistas sólo puedan ver a tipos tomando café con leche en la Plaza Mayor y a figurantes al estilo de Luis Candelas en las tabernas de la Cava Baja. A la pobreza hay que esconderla por el bien de la marca España y de las falsas prédicas de los trileros que nos gobiernan con el señuelo de los aceptables datos macroeconómicos. Esta señora, Aguirre, me parece de la peor calaña. Hoy me entero de que María Dolores de Cospedal, otra que tal baila, pretende arreglar las plazas de toros de los pueblos de Castilla-La Mancha. Una región  que, junto a Andalucía, Extremadura, Canarias, Ceuta y Melilla, es de las más deprimidas de España. Cospedal se debe creer que, porque algunos trenes de alta velocidad paren un minuto en Ciudad Real, ya se ha alcanzado la modernidad en el territorio por ella gobernado. Eso mismo pensarán los vecinos de Brazatortas, pueblo que en su  día fue propiedad de la Orden de Calatrava, donde no para  el tren pero lo sienten. También me entero (Eldiario.es) de que “los obispos españoles rompen públicamente con las políticas del PP y piden perdón por primera vez”. Y lo dicen ahora, cuando los ciudadanos están haciendo la obligada Declaración sobre la Renta. ¡Anda ya!

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