jueves, 23 de abril de 2015

Reliquias profanas





Un día, cuando el Museo del Ejército todavía estaba en Madrid, encontré en su interior  en una de mis visitas la falsa espada “Tizona” del Cid Campeador. De aquella espada no se conocía su procedencia, pero quedaba impactante. Lo cierto es que, cuando el título de marqués de Falces pasó a un sobrino de Pedro Velluti, José Ramón Suárez de Otero, éste realizó gestiones para vender la espada ¿del Cid? a algún organismo oficial español. En ese momento la familia de los cuidadores del marqués se enteró de que la espada era parte del legado familiar y de que podía tener un valor elevado. La venta de  “Tizona” se llevó a cabo, finalmente, en 2007 por 1,6 millones de euros. Los visitantes del museo la contemplaban, como digo, y algunos hasta se lo creían. Ahora falta saber quién posee la otra espada, “Colada”. Pero no se preocupen, que pronto aparecerá en casa de algún noble de chicha y nabo; y éste señalará a los medios que había estado oculta en el desván de su residencia de verano en Cercedilla.  Aquella espada, “Tizona”, era una reliquia profana que, como las innumerables reliquias religiosas, conservaba una aureola de misterio. Eso que aquí expongo viene a cuento con la última pretensión de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, deseosa de que los huesos de  Miguel de Cervantes se conserven en una urna que sea expuesta a los turistas en su visita al convento de las Trinitarias. Lo que sucede es que tales restos humanos están mezclados con los de otras dieciséis personas y para saber cuáles son los de Cervantes sería necesario cotejar el ADN de esos huesos con el de los restos de otro familiar, algo harto complicado hasta el punto que la investigación se ha cerrado definitivamente. Los restos de Cervantes, enterrado en 1616 a la edad de 69 años y con el hábito de franciscano, se encuentran en el nicho número 5, en la zona menos noble de la iglesia. Permanecen  junto a los de su mujer, Catalina de Salazar, que le sobrevivió 10 años. Por lo que se conoce, los restos de Cervantes deberían presentar las huellas de un grave impedimento en el brazo izquierdo, dos arcabuzazos en el pecho y signos de haber padecido cirrosis. Pero mal se puede conocer todo eso en unos huesecillos anónimos que más parecen los correspondientes al último pavo de Navidad que otra cosa. Botella quiere hacernos ver que ella, siendo alcaldesa, “descubrió” los  restos de Cervantes, del mismo modo que su correligionaria Esperanza Aguirre trata de convencer a quien la escucha  que ella, siendo presidenta de la Comunidad de Madrid, descubrió la trama Gürtel. Que risa.

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