lunes, 22 de junio de 2015

Leña al mono...



Cuando el Gobierno de turno cree necesaria cambiar la ponderación impositiva quiere decir que nos va a subir el IVA; si habla de flexibilidad laboral se refiere al abaratamiento del despido; cuando hace referencia a  gravamen a activos ocultos, que se ha practicado una amnistía fiscal generalizada para delincuentes; cuando informa de que hay hilillos de plastilina, que existe fuga masiva de fuel en el mar, provocando un desastre ecológico; señalar que existe un impacto asimétrico de la crisis significa que pagará más el que menos tiene; cuando algo es de interés general, quiere decirse que es de interés para las entidades financieras; ser liberal-conservador equivale a decir que se es de extrema derecha; la libre competencia es la competencia desleal defendida por aquellos que parten de mejor posición; línea de crédito para la banca en condiciones preferentes se puede reducir a una sola palabra: rescate; medidas de consolidación fiscal, no es leche sino caldo de teta, o sea, recortes; medidas para incentivar la tributación de rentas no declaradas es equivalente a amnistía fiscal para rentas elevadas; medidas para garantizar la sostenibilidad del  Sistema Nacional de Salud viene a significar privatización de la sanidad pública; mejora de la competitividad es otra forma de llamar a la congelación de salarios; prima de riesgo, según J.M Sánchez Gordillo, es un fantasma para asustar a idiotas; vivir por encima de nuestras posibilidades es creerse con derecho a una educación y una sanidad públicas y de calidad; etcétera. Hasta ahora creíamos que existía una jerga que utilizaba la clase médica y otra jerigonza entre la abogacía. Pero los políticos han descubierto otra manera de llamar a las cosas. Recuerden, por ejemplo, a Sancho Rof, cuando declaró a los medios que el “bichito” que producía la enfermedad causada por el aceite de colza desnaturalizado “si se caía de una silla se mataba”. Y aquel síndrome tóxico –que no el bichito- dejó un balance de 1.100 personas muertas y otras 60.000 envenenadas con secuelas irreversibles. ¿Se depuraron responsabilidades? Muy pocas. Rajoy, siendo vicepresidente del Gobierno, definió  el vertido de fuel del Prestige como “pequeños hilillos solidificados con aspecto de plastilina en estiramiento vertical”. Y se quedó tan pancho ante el chapapote causante de la una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia de España. Hay más: el accidente de Palomares, donde todavía quedan tierras contaminadas; el escape radioactivo que contaminó el río Manzanares en 1970; la rotura del oleoducto Rota-Zaragoza, cuyo vertido fue al río Genil en 1998; el incendio en la central nuclear de Valdellós, en 1989; otra en Ascó, en 2007, cuando un operario vertió un bidón con agua contaminada y hubo fugas de partículas radioactivas; el accidente de Acerinox en 1998, cuando en el tratamiento de chatarras una fuente de cesio 137 llegó al río Tinto; etcétera. La primera medida de ese “libro de estilo” político consiste en intentar silenciar el problema causado por parte de las autoridades. Y cuando lo airea la prensa, entonces no queda otra que buscar responsabilidades. Siempre aparecerá un chivo expiatorio que cargue con el mochuelo: un obrero sin cualificación, un maquinista de locomotora, un factor de circulación…, y se zanjará el caso sin más trámites. Este es un país donde los políticos siempre esquivan responsabilidades utilizando la coletilla “y tú más” y donde los costes de sus derroches siempre van con cargo al maestro armero, es decir, a los ciudadanos. Pero no pasa nada. Y si pasa, ¿qué pasa? ¡Leña al mono, que es de goma!

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