lunes, 13 de julio de 2015

La guerra de nunca acabar





Eso del posible cambio en el callejero madrileño auspiciado por la alcaldesa Carmena, referido a la posible eliminación de rótulos relacionados con el franquismo, está dando mucho juego en la prensa diaria. Hay opiniones para todos los gustos, todas ellas respetables. Hoy leo en El Mundo la opinión de Fernando Sánchez Dragó al respecto y, caso de resultar ser cierto lo que él expone, tiene razones más que suficientes para estar indignado. Yo también lo estaría. En su artículo “Callejero franquista”, Sánchez Dragó hace referencia a su padre, el periodista Fernando Sánchez Monreal, fusilado en Burgos al inicio de la guerra civil por una denuncia de otro colega suyo, Juan Pujol Martínez, al que Sánchez Dragó denomina como “facha cum laude, trepa de manual, jerarca de la agitprop franquista e inquilino hoy del segundo círculo del Purgatorio según Dante, en el que los envidiosos pagan sus culpas con los párpados cosidos, denuncia a mi padre, tildándolo de marxista al servicio de Moscú”. Pero Sánchez Monreal, que por aquellos días se encontraba en Valladolid por motivos de trabajo, era un profesional nada sospechoso de tener ideas que “merecieran” ser condenables por los rebeldes. Era redactor-jefe de La Voz, director de la Agencia Febos y –según describe Sánchez Dragó- “estaba afiliado al partido católico, conservador y republicano de don Antonio Maura”. Ahí creo que tiene una laguna de memoria el columnista. Supongo que habrá querido referirse a Miguel Maura Gamazo, séptimo hijo de Antonio Maura, fundador del Partido Republicano Conservador, tras las desavenencias con Niceto Alcalá Zamora, ya que ambos habían pertenecido a Derecha Liberal Republicana (uno de los partidos firmantes del Pacto de San Sebastián). Pues bien, Sánchez Dragó cuenta en su artículo lo que le aconteció un día, paseando por una determinada zona de Madrid: “Recorro Espíritu Santo, desemboco en Marqués de Santa Ana, alzo los ojos y veo, allá en lo alto de la esquina, una placa azul del Ayuntamiento en la que se lee: Calle de Juan Pujol. ¡El nombre del delator de mi padre inmortalizado a dos pasos de mi domicilio! Llamo a unos amigos y les pido ayuda para lavar la afrenta. Dos días después, a media tarde, nos encontramos todos en el lugar de autos. Lo hacemos provistos de una escalera de mano, un escoplo, un bote de engrudo y otra placa, idéntica a la del Ayuntamiento, en la que pone: Calle de Fernando Sánchez Monreal. (…) Adosamos la escalera a la esquina del oprobio. Mis amigos la sujetan. Trepo por ella. Arranco la antigua placa. Coloco la de mi padre. La fijo con el engrudo. Llega un coche de la policía, a la que mis amigos, por sugerencia mía, han avisado. Me acerco a los agentes. Les entrego el DNI. Pido que me lleven a la comisaría. Me miran. Sonríen. « ¡Venga, Dragó!», me dicen. «No vamos a detenerle por tan poca cosa. Diremos que lo ha hecho un desconocido». Insisto. Insisten. Se van. Al día siguiente reponen la placa del felón. Envío una carta al alcalde. Es Gallardón. Le pido que haga justicia y que honre la memoria del periodista asesinado. Me responde. Tengo su carta. En ella promete que lo llevará al pleno del Ayuntamiento. No lo hace”. Juan Pujol Martínez colaboró con la revista Acción Española, redactó en 1932 el manifiesto golpista de Sanjurjo y fue diputado por Madrid en 1933 en las listas de Acción Popular y en 1936 se presentó por Mallorca en las listas de la CEDA. La Junta de Defensa de Burgos le designó como jefe de Prensa y Propaganda. Desde ese puesto denunció a Fernando Sánchez Monreal. Después de la guerra civil dirigió el diario Madrid entre los años 1939-44. Estaba en posesión de la Orden de Isabel la Católica. Murió en Madrid en 1967.

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