lunes, 21 de septiembre de 2015

Manual de vieja urbanidad





En su artículo “Un mamarracho en el Congreso de los diputados”, publicado hoy en El Correo de Zamora, José Luis Martín viene a señalar que un profesor debe ir bien aseado y perfectamente arreglado para que sus alumnos de Secundaria le copien. El señor Martín es un hombre de edad avanzada y amigo de los uniformes. “Cuando fui jefe de Estudios en un Instituto, -señala- procuré buscar el Boletín Oficial en el que constaba la fundación de aquel Instituto y apliqué la ley entonces todavía vigente. Todo Instituto debía aportar dos datos en su fundación, además del nombre: El uniforme que debían llevar sus alumnos y el nombre de su santo Patrón. En virtud de ello, exigí que se reinstaurara el uniforme, que había quedado en desuso. En lo único que fui tolerante fue en permitir que la camisa pareciera blanca de lejos y que la corbata no fuera azul por necesidad”. Si eso que  Martín expone en su trabajo literario se lo trasladase yo a mi hijo, profesor de Física y Química en un instituto de Secundaria en Collado-Villalba, se partiría de risa. No hará poco, ya lo creo,  si consigue que los educandos adolescentes lleguen a clase a la hora, que atiendan a las explicaciones de su profesor y se comporten con un cierto decoro. No están los tiempos como para exigir a los alumnos, muchos de ellos venidos de otros países y con otra cultura cívica, que vistan con camisa blanca y que usen corbata, aunque no sea azul. Vamos, ¡ya te digo! “Como dato curioso, -sigue escribiendo Martín- consignaré que el hecho causó la admiración del señor gobernador de la provincia, cuando cruzó por el centro de la ciudad en el tiempo que los alumnos del Instituto disfrutaban allí de su recreo diario”. ¿Y quién era ese gobernador civil? Supongo que siendo gobernador civil, en su condición de jefe provincial del Movimiento sería un fascista de tomo y lomo. Pero lo dicho por Martín sólo es una excusa para hacer referencia directa a otra cuestión, para él preocupante. Dice:un señor, perteneciente a un partido minoritario en el Congreso de los Diputados, adicto a la causa de la Independencia de Cataluña, ha subido a la tribuna de oradores vestido con un atuendo extravagante, que consistía en una especie de camiseta conformada por la bandera independentista catalana. El tal "señor", [ahora lo de señor lo pone entre comillas] en su perorata anticonstitucional realizó la acción de romper unas páginas de la Constitución Española de 1978. Aún estando de acuerdo en la apreciación de que este acto significa una burla para todos los españoles y para nuestra nación, yo me quiero limitar al atuendo inadmisible del "señor" [y dale con las comillas] diputado. Yo, presidente del Congreso, no hubiera permitido al exhibicionista [ por supuesto, no de esos que se desabrochan la gabardina para enseñar sus vergüenzas] subir a la tribuna de oradores; hubiera ordenado que se lo hubiera expulsado del Congreso. Entiendo que los señores diputados deben asistir, ya que no existe uniforme preceptuado, convenientemente vestidos, como asisten a un acto solemne de categoría social. No es de recibo que un diputado vaya mal vestido y mucho menos que exhiba, en edificio tan emblemático como el Congreso, símbolos contrarios a la unidad de la patria proclamada en nuestra Constitución”. Vale, señor Martín, no siga… Se le entiende todo. Por lo que usted dice, se desprende que le gustaría que los diputados al Congreso vistiran chaquetilla blanca como los procuradores en Cortes, aquellos tipos que sólo iban al Hemiciclo a aplaudir las decisiones tomadas de antemano en El Pardo. En suma, lo que cuenta el señor Martín queda muy bien.  Eso mismo lo podría haber escrito a las mil maravillas Rufo Gamazo, q.e.p.d. Lo que le pasa es que el nostálgico Martín se ha equivocado de época.

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