sábado, 5 de septiembre de 2015

Medallas




Hasta el final del franquismo, tanto los tranvías como el metropolitano de Madrid disponían de unos asientos reservados para los “caballeros mutilados en guerra por la patria”. Se supone que eran asientos reservados para los mutilados del lado franquista, de los que ganaron la guerra. A los perdedores no se les concedieron derechos. También existía la medalla de “Sufrimientos por la Patria”, para aquellos heridos en combate, que por un decreto de 15 de marzo de 1940 se cambió el diseño y se añadió la prisión o asesinato en zona roja. Un decreto que volvió a ser modificado en 1941 y en 1975 hasta ser derogado  el 19 de julio de 1989 por ley 17/1989; y en 2003 se derogó el decreto de 1975 por Real Decreto 1040/2003. Había varias clases:  herido por fuego enemigo; herido por cualquier otra causa; familiares de fallecidos en campaña: prisioneros de guerra; prisioneros en zona roja; extranjeros; heridos en tiempo de paz; prisioneros en zona roja, etc. Sólo cambiaba el color de las cintas. El hecho es que desde su creación por Fernando VII el 6 de noviembre de 1814, hubo siete modificaciones hasta su derogación definitiva. Este es un país donde ha habido lluvia de medallas y de condecoraciones para que los militares las lucieran hasta en la bragueta. Eduardo Palomar Baró narra, por ejemplo, cómo se concedió a Franco la Gran Cruz Laureada de San Fernando: “El 19 de mayo de 1939, antes de iniciarse el primer Desfile de la Victoria -descrito como ‘entrada oficial de Franco en Madrid’, según orden dada por Serrano Suñer- que se iba a celebrar en el madrileño Paseo de la Castellana, el general Francisco Gómez Jordana, dio lectura al Decreto por el cual se concedía al Caudillo la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Tras la lectura, el bilaureado general José Enrique Varela Iglesias, después de unas palabras, impuso a Franco la máxima condecoración al valor militar que le había concedido el gobierno, con la firma de su ministro de Defensa y su vicepresidente, al hacerse eco de tres iniciativas: la del rey don Alfonso XIII, en su condición de antiguo Gran Maestre de las Órdenes Militares; y el Ayuntamiento de Madrid, en acuerdo que elevó al gobierno y el Capítulo de la Orden de San Fernando, integrado por todos los caballeros laureados bajo la presidencia del propio Varela”. Al día siguiente, el diario ABC de Madrid, el de los Luca de Tena, recogía así la noticia: “La ceremonia celebrada ayer durante cinco horas largas en el Paseo de la Castellana suspendió los corazones. Fue una comunión de entusiasmo y, al propio tiempo, un alarde de profunda y universal sustancia política. Tenía la sugestión de lo nuestro, localizado en el tiempo y en el espacio; pero tenía también un aire insólito de manifestación ecuménica. Ni el desfile interaliado de 1918, que reunió en el Arco del Triunfo y la Plaza de la Concordia 80.000 combatientes, ni el celebrado hace semanas en Berlín, ni el que dos veces al año convoca la propaganda del Komintern en la Plaza Roja da idea de la parada de ayer”. Finalmente, el 17 de julio de 1940, en el Palacio de Oriente, Varela imponía a Franco la Gran Cruz Laureada de San Fernando. A continuación, Franco largó un discurso que le habían preparado, donde dijo entre otras cosas, que “hemos derramado la sangre de nuestros muertos para hacer una nación y para forjar un imperio” y todo tipo de tonterías que se esperaban de este golpista responsable de casi un millón de muertos. Con aquel discurso propio de un sátrapa, las medallas militares dejaron de tener valor, al menos para mí.

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