miércoles, 23 de septiembre de 2015

Parábola para gobernantes




Jesús Sancho Rof, entonces ministro de Sanidad por UCD, con ocasión del desastre del aceite de colza desnaturalizado, llegó a asegurar a los medios que el responsable “era un bichito que, si caía de la mesa, se mataba.” Por supuesto, los hechos demostraron que no era así. Años más tarde, ya con Rajoy en el Gobierno, llegaría a ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad Ana Mato, que nunca supo manejar el problema del ébola y que fue, a juicio del periodista  Ramón Lobo, una “flamante inutilidad”. Y ahora llega un ministro, el de Interior, Jorge Fernández Díaz, afirmando que “lo que queda de ETA cabe en un microbús pequeñito y que además, desde ayer, va sin conductor”. Y esas, a mi entender, desacertadas palabras las ha expuesto al día siguiente de que las Fuerzas de Seguridad detuvieran  en Francia a dos de los presuntos jefes de ETA, David Pla e Iratxe Sorzabal, en una exitosa operación de la Dirección General de Seguridad Interior y de la Guardia Civil. Y señalo que, a mi entender, son unas desacertadas palabras del ministro si tenemos en cuenta que esa organización terrorista ni ha entregado las armas en su poder ni ha anunciado su disolución, por más que en 2011 anunciase el cese de su actividad delictiva. Fernández Díaz debería saber, como sabe, que no hay enemigo pequeño y que la banda terrorista jamás ha reconocido el daño causado. Ante esa falta de disposición a funcionar dentro de la legalidad, hablar de microbús sin conductor es, al menos, una frivolidad impropia en un ministro. También en su día se dejó de vacunar a la población infantil contra la tuberculosis, cuando se entendió desde la OMS que el bacilo de Koch que la producía estaba controlado. Pero por aquellos años del tardofranquismo no existían las migraciones a gran escala hacia Europa que se producen ahora, en su mayoría huyendo de las guerras y de la hambruna existente en los países de origen. Hoy cualquier ciudadano, en consecuencia, puede inhalar microscópicas gotas de saliva procedentes del estornudo de un “sin papeles” y reavivarse los casos con mayor virulencia. Y si encima se ponen pegas legales a la atención sanitaria de los recién llegados por parte del Gobierno de turno, el resultado puede ser de consecuencias imprevisibles. De nada sirven los controles de las cartillas sanitarias de vacunaciones cuando el problema instalado desborda cualquier previsión. Y esa especie de “parábola para gobernantes” aquí expuesta puede servir, también, para los casos de terrorismo etarra,  yihadista, etc. Siempre habrá que estar en alerta. Los terroristas que causaron la masacre de Atocha el 11 de marzo de 2004 también cabían en un microbús pequeñito. Pero el resultado de aquello fue de 191 muertos y más de 1.800 heridos de diversa consideración.

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