domingo, 13 de septiembre de 2015

Suspicacias





Leído hoy en el editorial de El Correo de Andalucía: “Tras cinco años sumergida en un grave conflicto, Siria ya suma 220.000 muertos, 11 millones de desplazados, 3,9 millones de refugiados y 12,2 millones de personas que necesitan ayuda para subsistir. Éstas son las cifras, pero mientras el vértigo emocional desequilibra nuestro raciocinio, las desfachatez de las instituciones y de la política internacional aún brilla con luz propia”. No hay que olvidar la Memoria Histórica ni lo que aconteció en España, si queremos entender lo que está sucediendo ahora en otros países. El comandante Robert (jefe del Estado Mayor de la Tercera Brigada de Guerrilleros Españoles) dejó escrito: “Después de la derrota del Ejército Republicano, ametrallados por las carreteras, la población civil huye y no nos dejan tranquilos, a pesar de la derrota. Nos masacra la aviación italiana y alemana, y todo el mundo huyendo. Medio millón de personas, quinientos mil seres humanos, niños, mujeres y ancianos…militares, llenos de piojos…todos en el mismo merengue, y buscando refugio en un país que creíamos amigo, que era Francia”. Sobran las palabras. Ahora le toca a España acoger el cupo que la Comisión Europea nos ha designado. Aquí no sirve de nada que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, alerte contra la posible infiltración de yihadistas entre los refugiados. Si se lanzan sospechas sobre los expatriados que van a ser acogidos, mal empezamos. En las manos de ese ministro está que tales cosas no sucedan. Y si se descubren yihadistas, habrá que detenerlos sin contemplaciones. Pero no debe adelantar acontecimientos ni crear alarma. A ese ministro le recomendaría leer los escalofriantes informes de ACNUR, donde modestísimamente colaboro aunque mi ayuda sirva de poco. A mí me producen desconfianza determinados supernumerarios del Opus Dei y no digo nada. Tampoco les culpo de nada. Símplemente les tengo en observación.  No vaya a acontecer en esta España cañí lo que en una comisaría de barrio el día en que detuvieron a dos carteristas, a los que engrilletaron e interrogaron a fondo a la luz  directa de un potente flexo. Y como resultó que a ninguno de ellos se les pudo hacer confesar el robo, no se le ocurrió a aquel comisario franquista mejor cosa que sentar a ambos frente a su mesa de despacho. Y les dijo: “usted –mirando a uno de ellos- puede marcharse a su casa”. “Usted –mirando al otro- se quedará aquí hasta que confiese, que tiene cara de malo”.

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