viernes, 30 de octubre de 2015

Cerrazón




Leo en la prensa aragonesa que “los votos de concejales del PP y el PAR de Calatayud impidieron que en el pasado Pleno municipal saliera adelante una propuesta del Partido Socialista, en la oposición, para retirar la medalla que el consistorio concedió a Francisco Franco en el año 1951. Franco aceptó la medalla y una comisión de la corporación se desplazó a Madrid cuatro años después para imponerle el galardón, que hacía referencia a su victoria en la guerra civil y a sus esfuerzos para llevar la patria a su mejor destino”.  Es decir, que la Ley de la Memoria Histórica no está siendo respetada. Tampoco se tiene en cuenta, por lo que se desprende de esa postura radical,  a los ediles bilbilitanos asesinados al comienzo de la Guerra Civil. Aquí no sirve el argumento de que “no se desea reabrir heridas”. No es la primera vez que se intenta la retirada de esa condecoración a Franco. Sucedió en 2009, siendo alcalde Víctor Ruiz, y en  2013, cuando tuvieron en contra los votos de 12 concejales del PP. Lo cierto es que ni entonces ni ahora existe voluntad de retirar  la medalla, de la misma manera que tampoco hay voluntad para desenterrar y dar digna sepultura a los esqueletos existentes en el barranco de la Bartolina. Las viejas heridas no se reabren por contar la historia tal como fue. Tampoco por decir, por ejemplo, que Francisco Bueno, alias El Estirao, fue fusilado en la Plaza del Fuerte el 15 de agosto de 1936 a las 5 de la tarde, con banda de música, falangistas, requetés y numeroso público presente. En todas las esquinas de Calatayud se colocaron octavillas donde se decía: “se está haciendo justicia con los reptiles venenosos”. También puede que fuese para los fascistas de entonces un “reptil venenoso” Eduardo López Táppero, médico que se había caracterizado por su ayuda a los necesitados y que dejó tras su fusilamiento viuda a Maria Aurora Conte Camps y huérfanos a tres hijos pequeños, o Manuel Carlés Nogueras, ingeniero agrónomo y director de la Estación Enológica existente en Calatayud. Se cuenta que nada más fusilar a Francisco Bueno, apareció por la Plaza del Fuerte una señora de la burguesía local con velo sobre la cabeza, rosario y misal,  que regresaba de hacer una visita a la iglesia de San Juan el Real. Pidió su pistola a uno de aquellos falangistas energúmenos y con toda la frialdad del mundo descerrajó el tiro de gracia al recién fusilado todavía agonizante en el suelo. Con el tiempo alguien me dijo de qué señora se trataba, pero no diré su nombre aunque me aspen: primero, por no haber podido contrastar esa delicada información; segundo, por respeto a sus descendientes; y, tercero, por no corresponderme a mí facilitar ese dato. El que quiera saber, que vaya a Salamanca.

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