viernes, 16 de octubre de 2015

De puño y letra




Me entero de que la RAE va a cambiar en el Diccionario de la Lengua una de las acepciones de “gitano” equivalente a “trapacero”, al considerar que ese término es “ofensivo y discriminatorio”. Pues nada, búsquese una definición más correcta y respetuosa. También para la acepción de payo, referido a campesino ignorante, o rústico; para la de judío, referido a avaro que presta con usura; para galopillo, referido al pinche de cocina pícaro y bribón; para carretero, en su acepción de fullero que blasfema; para murciano, referido a aquel murcia, etcétera. Este es un país donde al portero se le llama conserje; a la criada, empleada de hogar; a los aparejadores, arquitectos técnicos;  a los practicantes, ayudantes técnicos sanitarios; monarcas al rey y a su consorte, cuando monarca sólo es el sujeto proclamado en el Congreso de los Diputados; etcétera. No pasa día sin que salude y estreche la mano a alguien que se tiene por escritor por el mero hecho de haber llevado unas páginas a una imprenta para hacerse con un librito que nadie leerá. Pero no importa. Lo que interesa es que tenga un número de ISBN, siglas de International Standard Book Number,  para poder enviar una copia a CEDRO y ver si cae al algo por derechos de autor. O para estar presente en la Feria del Libro de su ciudad esperando a que algún despistado se acerque al mostrador de la garita y lo adquiera con dedicación incluida. Algunos conocidos ya tienen hasta 40 cuadernillos autopublicados sobre los temas más peregrinos. Y si te encuentran por la calle a alguno de esos autores, que normalmente pertenecen a una asociación de escritores local, te intenta dedicar de puño y letra alguna de una de sus publicaciones más recientes, normalmente poemarios, ya que siempre suelen llevar encima diez o doce ejemplares como el que viene de comprar el pan. Y cuando termina de dedicártelo, le das las gracias. Pero cuando ya cuando te despides,  el autor, muy digno él, te indica que debes pagárselo, a fin de intentar amortizar la costosa edición.  Le pagas 8 ó 10 euros, te despides de él y te llevas el cuadernillo de poemas a casa con cara de jilipollas. Un día, cuando haces limpieza de polvo en las estanterías, descubres que guardas una cincuentena de cuadernillos de ripios de los más diversos autores, eso sí, todos dedicados al amigo José Ramón con firmas estrafalarias, como salidas de la mano del pobre Akaki Akakiévich, el escribano del cuento “El abrigo”, de Nicolai Gógol.

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