jueves, 10 de diciembre de 2015

Sobre vinos de aquí y de allá





Leo en el diario ABC que “un grupo de científicos de Israel está tratando de recrear el licor que se bebía en la época de Jesús”, en un intento de pretender conocer cómo sabría, supuestamente, el vino de la Última Cena y de qué uva estaría hecho. Ignoro si esos científicos de la Universidad de Ariel (Cisjordania) conseguirán dar en el quid (pronombre latino que significa qué cosa, y no “quiz” como si hiciéramos referencia a una revista de crucigramas y que algunos plumillas confunden) de la cuestión. Pues bien, parece ser que se están estudiando semillas de uva y restos de varios fragmentos de vasijas de barro de la época. Hasta el momento ya han identificado 120 tipos de uvas diferentes y algunos enólogos se decantan por la uva maaravi, que parece ser era la más común y cuyas cepas dejaron de plantarse en aquella zona asiática 220 años d.C. También se desconoce si fue la filoxera la que terminó con aquellos viñedos. Otros estudiosos entienden que la uva habitual de entonces por aquella zona del este de Belén era conocida como davouki. Maaravi, traducido del hebreo (en este caso aplicado como nombre masculino judío) quiere decir “el occidental”. Ya puesto, me gustaría aprovechar esa circunstancia para elogiar como merece el trabajo de venenciador. Todo comenzó en el sur de España, a partir de las entonces llamadas botas jerezanas de madera, para almacenamiento, transporte y envejecimiento de los vinos de Jerez. Se requería una maestría especial para la obtención de muestras. Esas botas disponían, entonces y ahora, de un orificio en una de las duelas (tablas), siempre situada en el centro la parte superior de la barrica cuando queda colocada en la andana (hilera de cubas) durmiente en la bodega. Y por allí, por el bojo de la bota es por donde se extrae la muestra por medio de venencias, para depositarlo en el catavinos y poder apreciar sus matices de olores y sabores. La venencia tiene máxima importancia, además, en la compra-venta de vinos. Con ella se extrae una muestra para poder llegar a una “avenencia” en su mercadeo. La venencia se divide en tres partes: cubilete, vástago y gancho. En Sanlúcar, más prácticos, utilizan un trozo de caña, el que va entre dos nudos, para hacer el cubilete. Con el resto de la caña se hace el vástago. De ahí viene la expresión de tomar una caña de manzanilla, cuyo contenido equivale al del conocido catavinos. Sobre el difícil arte del manejo de la venencia, conservo un suelto de ABC de Sevilla (06.09.68, pág. 27) titulado “Cuando la uva se convierte en vino”, escrito por  Miguel Rubio-Caballero. Cuenta, entre otras interesantes cosas, que el cubilete fetén debe ser de plata; y el vástago, de bigote de ballena. Y por aquello del hilo y el ovillo, aprovecho para recordar algo que ayer contaba  Antonio Burgos en ABC de Sevilla, en su artículo “Jaus Guater Guoch Cuper”"Cuando el Consejo Regulador del Jerez perdió el pleito frente a Coñac, alguien quiso ponerle ‘jeriñac’ al brandy. El pitorreo fue general. Y Pemán se guaseó de la palabreja en memorable Tercera de ABC, donde decía que cuando dijeras en un bar que querías ‘jeriñac’, el dependiente de la barra te diría:
--Segunda puerta a la izquierda".

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