martes, 9 de febrero de 2016

Aznar y la tríada




La hoja de calendario de ayer del taco que siempre tengo a la altura de mis ojos hace referencia a las moiras, esas tres diosas encargadas de dirimir el destino de los humanos: Cloto, que hilaba en una rueca el hilo de la vida; Láquesis, que medía la longitud de ese hilo con una vara; y Atropos, que portaba la balanza y la tijera para cortar ese hilo. Y por asociación de ideas me ha venido a la cabeza Mariano Rajoy,  actual presidente del Gobierno en funciones, empecinado en seguir gobernando el país a base de subidas de impuestos (y que tanto hizo sufrir a la ciudadanía con unas medidas económicas que sólo beneficiaron a la banca y a los poderosos), sin conseguir durante su mandato aumentar el empleo ni conducirnos por la senda de lo aceptable pese a disponer de mayoría absoluta en las dos Cámaras. Un hombre que en su ingenuidad, por decirlo de manera suave, abrigaba la idea de que sólo el tiempo arreglaría los problemas derivados de la crisis, que no sabía que la metástasis de la corrupción en su partido invadía prácticamente todas las instituciones, que se arrodillaba ante Merkel hasta la grosería y que se ponía de perfil ante los problemas como un malo imitador de don Tancredo. Llegó a la Presidencia del Gobierno por deméritos de Rodríguez Zapatero y merced al dedo de José María Aznar. Los partidos presidencialistas tienen esas cosas. Claro, las otras alternativas, la de Mayor Oreja y la de Rodrigo Rato aún eran, a mi entender, peores. El primero, en una entrevista a La Voz de Galicia en octubre de 2007, y en relación con la Ley de la Memoria Histórica, se negó reiteradamente a condenar el franquismo. El segundo ha resultado ser un presunto corrupto de tomo y lomo. Y Aznar, esa Cloto que hilaba en la rueca el hilo de la vida política;  que ignoraba la labor de Láquesis, que medía el tiempo de ese hilo de la vida política; y de Atropos,  que cortaba esa vida con la tijera de las urnas, como así ocurrió el pasado 20 de diciembre, permanece ahora sentado viendo pasar los acontecimientos, es decir, el cadáver de Rajoy, que no es cosa distinta al resultado de su desacertada apuesta.

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