jueves, 25 de febrero de 2016

Los títeres del espanto




No se debe confundir el tocino con la velocidad, como parece que han hecho Alfonso Lázaro y Raúl García al solicitar a Ismael Moreno, magistrado de la Audiencia Nacional, que les devuelva sus respectivos pasaportes y levante la obligación de que deban acudir a diario a los juzgados. Dicen en su “descargo” que lo que hicieron en Madrid no pasaba de ser una obra de ficción; y comparan aquel espectáculo bochornoso con la película dirigida en 1994 por Imanol Uribe Días contados, basada en una novela de Juan Madrid,  que recibió la Concha de Oro a la mejor película del Festival de Cine de San Sebastián y ocho Premios Goya. En efecto, en esa película, el actor Carmelo Gómez grita en un momento determinado “¡Gora ETA!” Pero en cualquier cabeza cabe que si la película hubiese sido de nazis, también podría haberse escuchado “¡Heil Hitler!”. Una cosa es un guión cinematográfico, que sitúa su argumento en un momento determinado de la historia reciente, y cosa bien distinta que gratuitamente y sólo por poner palos en la marrana de una noria que ya no saca agua, se haga apología del terrorismo en una representación de teatro de guiñol dirigida a padres y niños, donde se escenificaba el ahorcamiento de un juez, el apuñalamiento de una monja y la muerte de un policía. La obra La bruja y Don Cristóbal, donde aparecía el texto Gora-Alka-ETA, no era para niños, porque los niños no entienden ciertas cosas. Tampoco para padres, que todavía conservan en sus recuerdos el casi millar de muertos inocentes a manos de unos asesinos vascos. El argumento es el siguiente: la bruja, la protagonista, está en su casa y  su vida es interrumpida por la aparición del legítimo poseedor legal del piso, que decide aprovecharse de la situación para violar a la bruja. La bruja mata al propietario en el forcejeo. Pero queda embarazada, y nace un niño. Entonces aparece el muñeco de la monja, que intenta llevarse al bebé. Pero la bruja se resiste y, en el enfrentamiento, la monja muere. Aparece la Policía, que golpea a la bruja hasta dejarla inconsciente y luego construye un montaje para acusarla ante la ley, colocando la ya famosa pancarta de ‘Gora Alka-Eta’ sobre su cuerpo. El juez llega entonces y condena a muerte a la protagonista. Pero la bruja engaña al juez, que mete la cabeza en su propia soga. Y la bruja acaba ahorcando al juez para salvar su propia vida. Pues bien, el terrorismo, como el fascismo, no debe enaltecerse ni en broma. Hay asuntos tan graves en la memoria de todos los ciudadanos de este país que su recuerdo todavía sigue produciendo escalofríos. Una cosa es la libertad de expresión, contemplada en el artículo 20 de la Constitución Española, y otra muy distinta el enaltecimiento del terrorismo y el odio (también existe el delito de odio en nuestro Código Penal) durante el Carnaval de Madrid. Bromas, las justas.

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