viernes, 25 de marzo de 2016

Esa segunda deidad de los bilbilitanos





El congrio tampoco es mal ave. Cuando alguien dice esa frase, ¿qué quiere decir? Nada. Es ahí donde reside su “riqueza”. Es una forma de decir algo, lo que sea, sin querer decir nada. Con esa frase absurda se pretende romper el hielo de los silencios incómodos. Manolete, en cambio, fue consciente, y así se lo transmitió a su mozo de espadas, que “mejor se está sin decir ná”. También se puede tratar de romper el hielo del silencio, salvo que éste sea un iceberg cortante, explicando a los presentes, aunque no venga a cuento, la leyenda romántica sobre la muerte de Li Bai, Li Po para los amigos, excelente poeta chino, cuando una noche paseaba en barca borracho, se lanzó al agua para abrazar el reflejo de la luna, ahogándose. Mucho se ha escrito sobre el congrio, la segunda deidad para los bilbilitanos, al que adoran con devoción cartujana. Álvaro Cunqueiro, el más sabio gallego en temas de fogones, tradujo un poema de Li Po al gallego, su lengua: “Xoguemos e vivamos, e derramemos a riqueza dos nosos días, / que ninguién sabe as coitas que trae o incerto futuro”. Los bilbilitanos, como digo, saborean el congrio desde hace  más de 500 años. Existen referencias escritas que datan del 12 de enero de 1446, cuando una empresa de cáñamo situada en Calatayud enviaba cuerdas y amarras a diversos puertos españoles. Y cuando trasladaban en carros cuerdas a Mujía (La Coruña), más tarde regresaban con un cargamento de congrios ya amojamados, para evitar que se estropeasen en su larga travesía de retorno a tierras aragonesas. Desde entonces llevan fama los contundentes platos de “congrio a la bilbilitana” y de “garbanzos con congrio”, dos recetas que apenas han variado con el paso del tiempo. Y hoy, por aquello de que el congrio tampoco es mal ave, y aprovechando que es Viernes Santo, día de ayuno y abstinencia, y que ayer se procesionó en León a san Genarín, traslado una  receta muy simple de “congrio con arroz” como la plasmó Juan Cabrisas, antiguo cocinero de la madrileña Fonda de los Tres Reyes y autor del libro “Nuevo manual de la cocinera catalana y cubana”, libro de 1858 inencontrable, aunque se guarda un ejemplar en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, del que por fortuna  Editorial Planeta hizo una edición facsímil en 1995. Más o menos señala:

“Se pondrá a freír ajos con aceite, perejil picado y luego se pondrá el arroz. Cuando empieza a tostarse se añadirá agua caliente con sal y pimienta. A los dos o tres hervores se apartará del fuego. Al mismo tiempo se hará cocer el congrio con poca agua, aceite y sal. Luego que esté cocido se pondrá ese pescado en el arroz y se volverá a hervir hasta que esté cocido. Para hacerlo más fácil, se reunirán el aceite, los ajos, el perejil y el tomate. Se añadirá el congrio a “tajadas” y se le dejará freír. Más tarde se le añadirá agua y cuando esté medio cocido se unirá al arroz, que hervirá en torno a un cuarto de hora. Transcurrido ese tiempo, se apartará del fuego, se dejará reposar y se servirá en la mesa”.

La traducción no es literal y así figura en la página 153 de esa edición facsímil, ya que como se aclara en una nota previa: “se han evitado las formas propias del castellano de mediados del siglo XIX, el vocabulario, la acentuación y la puntuación”. Por ejemplo, en el libro se escribe “peregil”, se acentúan las aes (preposición propia), etcétera. Como dato curioso, la madrileña Fonda de los Tres Reyes, donde trabajó de cocinero Cabrisas, cambió de nombre y de dueño el 20 de abril de 1830. Estaba ubicada en la calle del Santo Cristo, cerca de la madrileña Plaza Mayor, y era su propietario el italiano Juan Bonfiglio. Allí comían diariamente los miembros de una de las primeras sociedades masónicas, conocida como San Juan de Jerusalén. En esa fonda se alojó varias veces un famoso espía británico llamado James Florence Burke.          
           

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