lunes, 9 de mayo de 2016

Elogio de los bizcochos de soletilla





Por todos es sabido que el cáñamo que se cultivaba en Calatayud servía  para hacer amarras de barcos. Y por aquello del toma y daca, se enviaban amarras de cáñamo a Galicia y se volvía de allí con cargamentos de congrio. Pero el cáñamo algo tuvo que ver, también, con los bizcochos de soletilla. Las soletillas eran las plantillas de cáñamo que se colocaban dentro de las alpargatas. Según leí en Descubre Calatayud.es, “la forma de este dulce se puede apreciar en el interior de la Colegiata de Santa María la Mayor, en un retablo realizado por el escultor  Félix Maló, donde se aprecia como un ángel conforta a San José con una taza de chocolate y un bizcocho bilbilitano”. El cacao, por otro lado, fue un pago que Hernán Cortés hizo a un moje del Císter (fray Jerónimo de Aguilar) que le acompañó en su viaje a Méjico y que tenía su lugar de arraigo en Nuévalos, en el Monasterio de Piedra. Fray Jerónimo envió un saco de cacao a España, al entonces abad del monasterio, Antonio de Álvaro. Y en ese monasterio fue donde se fabricó el primer chocolate que se tomó en Europa. Aquellos frailes aprovecharon el poder calórico del “amargo brebaje” para soportar los ayunos y el trabajo agrícola en sus tierras. El nombre azteca de esta bebida era “xocolatl” y los aztecas elaboraban este líquido a partir del haba del cacao, lo mezclaban y aromatizaban con hierbas, vainilla, pimienta y otras especias como la guindilla y hasta lo condimentaban con chile, con el fin de obtener un líquido espeso, oscuro y espumoso que bebían frío o caliente. Los monjes españoles le quitaron amargor y el picor de la guindilla y añadieron vainilla, azúcar y canela. Entre los siglos XVI y XIX se popularizó como digestivo y estimulante. El Monasterio de Piedra, que había sido fundado en 1194 por trece monjes cistercienses llegados desde el Monasterio de Poblet, fue donado por Alfonso II de Aragón y su esposa, Sancha de Castilla, a los monjes de Poblet ocho años antes, en 1186. El monasterio desapareció para uso de los monjes en 1835 con la Desamortización. En 1843 salió a subasta tanto monasterio como terrenos y adquirido todo ello por Pablo Muntadas Campeny por 1.250.000 reales de vellón. Muchos retablos de capillas del monasterio fueron trasladados a diversas parroquias de pueblos cercanos. Por cierto, si hacemos caso a Vicente de la Fuente y su “Historia de Calatayud”,  al escultor Félix Maló se le deben también, entre otros trabajos de interés, parte del altar mayor de la iglesia de San Juan el Real y el baldaquino de la iglesia del Sepulcro. Muchos altares laterales quedaron sin dorar ni colorear por la precipitada expulsión de los jesuitas en 1767 (por la Pragmática Sanción de Carlos III) de todos los dominios de la Corona.

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