Vaya ensalada de frutas. Recuerdo a Bourvil: “Salade de fruits,
jolie, jolie, jolie/ tu plais à mon pere/ tu plais à mon mere…”. Iglesias dice ahora, por complacer a
los barones socialistas, que no tendría inconveniente en que Sánchez fuese vicepresidente de un
Gobierno por él presidido. El secretario general de Podemos es tan insolente
que ya está vendiendo la piel de oso de las urnas en la confianza de que junto
a IU va a arrasar. Supongo que don
Tancredo se reirá en La Moncloa
como contaba Baroja (que ni tuvo
fortuna ni gozó de los beneficios del Estado) cuando hacía referencia a Diógenes
Laercio, que se murió a carcajadas
viendo al burro de Crisipo de
Soli, discípulo de Creantes,
comiendo higos. Diógenes describe su muerte de dos manera: en una de ellas, por
haber bebido vino sin diluir en una fiesta; en la otra, que murío del ataque de
risa. Crisipo hizo una reducción de lo posible a lo real. Entendía que toda
posibilidad es real, puesto que, aún si no ha sucedido, nada impide que alguna
vez acontezca. Una estoica manera de ver la vida. En “Divagaciones sobre la cultura” –por otro lado-, Baroja comentaba
en 1920: "Con los socialistas nunca he querido nada. Una de las cosas que
más me ha repugnado en ellos, más que su pedantería, más que su charlatanismo,
más que su hipocresía, es el instinto inquisitorial de averiguar las vidas
ajenas. El que Pablo Iglesias viaje
en primera o tercera ha sido uno de los motivos más serios de discusión entre
los socialistas y sus enemigos." Es evidente que Baroja, aquel liberal de XIX, más escritor que panadero, se refería a Pablo
Iglesias Posse, el fundador del PSOE en la madrileña taberna Casa Labra, en la calle de Tetuán, donde
acudieron el 2 de mayo de de1879 a la primera cita dieciséis tipógrafos, cinco
médicos, dos joyeros, un marmolista y un zapatero. El próximo 26 de junio nos
veremos en el mismo distrito electoral, y no sé si frente a la misma mesa, para
depositar el voto que estamos rumiando mansamente, como cae el orvallo, o como
si fuésemos vacas en la Vega
de Pas. Baroja, que conocía muy bien España, afirmó algo innegable: “la gran
aspiración del español es trabajar tan poco como un moro y ganar tanto como un
judío”. No iba desencaminado. De momento, creo que lo mejor será mirar a la
calle por la persiana.
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