sábado, 14 de mayo de 2016

Ni plumas ni fajines




Nicolás Salas, en El Correo de Andalucía,  recuerda hoy que el próximo 16 de mayo se cumplen 96 años de la muerte de José Gómez Ortega en Talavera de la Reina. “La llegada de los restos a Sevilla –escribe Salas- fue rodeada del fervor popular, que le acompañó hasta el cementerio de San Fernando, viviéndose momentos de intensa emoción al paso por la Alameda de Hércules y cruzar por delante de su hogar”. (…) “El Cabildo Catedral accedió a celebrar los funerales en el templo metropolitano, en la mañana del día 22 de mayo. El hecho produjo malestar en sectores de la alta burguesía y aristocracia sevillanas, que no aceptaron que un torero y de raza gitana tuviera sus funerales en la Catedral, como más adelante conoceremos por la pluma del canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón. Pero lo cierto es con motivo de su funeral en la Catedral, una parte de la burguesía y aristocracia sevillanas expresó públicamente su incultura, su fanatismo religioso, su racismo e insolidaridad social”. (…) “Y el pueblo de Sevilla, por suscripción popular a través de El Correo de Andalucía, regaló al canónigo una pluma de oro. Es la que todas las Semanas Santas, desde 1921, lleva la  Esperanza Macarena prendida en sus sayas”. Después de buscar mucho la pluma en una foto, al fin la he encontrado bajo la lazada roja que luce la Virgen cuando la procesionan por las calles de Sevilla. Más tarde he reparado que tal lazada roja forma parte del fajín de general de Gonzalo Queipo de Llano, enterrado en La Macarena tras su muerte, acaecida el 9 de marzo de 1951. Según Paul Preston, en “La forja de un asesino: el general Queipo de Llano” (incluido en su volumen “Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la Guerra Civil y el franquismo”)  “el hombre que había presidido el asesinato de decenas de miles de andaluces fue enterrado como un penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena”, y que “lo que le faltaba de intelecto, parecía compensarlo en energía y agresividad”. Fue un tipo asqueroso, que “al mismo tiempo que estaba jurando lealtad a Martínez Barrio, estaba también en contacto por correspondencia con el general Mola sobre su posible incorporación a la conspiración militar”. Por si ello fuera poco, para dirigir la represión ese general “escogió a un sádico brutal, el capitán de infantería Manuel Díaz Criado”, al que Preston define como “un gángster degenerado que usó su cargo para saciar su sed de sangre, enriquecerse y lograr placer sexual”. Si los sevillanos tuviesen dignidad, ya hace tiempo que habrían presionado para que los restos de ese tipejo, también los de Genoveva, su mujer,  fuesen desenterrados de la basílica menor de la Esperanza Macarena, construida en 1949, donde no merecen permanecer.  Estarían mejor, a mi entender, en la fosa común del Cementerio de San Fernando. Si los sevillanos tuviesen decoro, digo, no consentirían que se procesionase a la Virgen con ese fajín. Curiosamente, en el momento en que es proclamada la Segunda República, algunos individuos incontrolados saquearon diversos templos sevillanos, y ante el peligro el sacristán de San Gil, donde se encontraba la talla, trasladó la imagen a su casa y la metió en su cama simulando una persona. Llegada la noche, la trasladó al cementerio de San Fernando y argumentando ser un marmolista, la depositó en la sepultura de Joselito, donde permaneció oculta durante dos meses sin que nadie, a excepción del torero Ignacio Sánchez Mejías (cuñado del torero muerto) conociera su paradero. En la actualidad, la Macarena lleva peluca natural, cedida a su muerte por los herederos de Juanita Reina. Por cierto, Carlos Herrera escribió un trabajo en XL Semanal el 10 de abril de 2006 (“El fajín de la Macarena”) absolutamente bochornoso. Pero no seré yo el que dé publicidad a ese osado.

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