lunes, 2 de mayo de 2016

Trujamanes del toma y daca





Cuenta Cela en “Judíos, moros y cristianos” que al llegar a El Barco de Ávila, “el vagabundo, tras sosegarse en medio del bullicio, se mete en una taberna algo apartada, a refrescar el gañote. Ante una mesa con un hule a cuadros y sentado en una banqueta sobre la que ni cabe, un tío de muchas arrobas y dentadura de oro, blusa negra de trujamán del toma y daca, ademanes de zarracatín de todo lo que salga y fauces grasosas de epulón repleto, se está zampando un cabrito asado del tamaño de un niño de primera comunión”. Enseguida he recordado a aquellos tratantes en ganado que portaban blusas negras, contundentes bastones y un montón de billetes de banco en los bolsillos. Que yo sepa, sólo los tratantes en ganado, los trajineros que iban por los pueblos y las damas paletas y pícnicas los domingos en misa mayor, lo llevaban todo puesto. Había el  dicho de un tratante de Garabás, al norte de Orense, que decía: “Amiguiños sí, pero a vaquiña polo que vale”. Ese texto forma parte del libro “A Feira do Carballino”, de Xosé Fariña Jamardo. Cada pueblo vendía lo que poseía; y Nogueira de Ramuín, como carecía de tierras arcillosas para fabricar alfarería, de cerdos para curar jamones, de vacas para que dieran leche y el consiguiente oficio de curtidores de baquetas y talabartes, o de uvas para producir orujo, contaba con los mejores afiladores y paragüeros. En Navarra, por ejemplo, los elegantes tratantes vestían los días de oír misa entera “blusa” oscura de satén que incluso llevaba orillo en torno al cuello pespunteado. También había “blusas francesas”, más amplias y azules y “bilbaínas”, más pequeñas y de color gris, y hasta rayadas. Cada región poseía sus peculiaridades, que yo respeto. La “blusa” formó parte de la vestimenta de un oficio perdido. Tampoco existen ya los feriales, que solían coincidir en encrucijadas de caminos, donde, además de ganado, se ofrecían esquilas, como las que se hacían en Mora de Rubielos, provincia de Teruel, pueblo alegre y resignado. Pascual Madoz dejó escrito que en Mora de Rubielos, que posee una flor de lis en su broquel, también se dedicaban los vecinos a confeccionar bayetas de color café, pero no estoy muy seguro de que eso fuese así. Debería preguntárselo, para salir del laberinto de las dudas, al exalcalde zaragozano Alberto Belloch, morano de nación y socialista en sus ratos libres.

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