Cuenta Cela en “Judíos, moros y cristianos” que al
llegar a El Barco de Ávila, “el vagabundo, tras sosegarse en medio del
bullicio, se mete en una taberna algo apartada, a refrescar el gañote. Ante una
mesa con un hule a cuadros y sentado en una banqueta sobre la que ni cabe, un
tío de muchas arrobas y dentadura de oro, blusa negra de trujamán del toma y
daca, ademanes de zarracatín de todo lo que salga y fauces grasosas de epulón
repleto, se está zampando un cabrito asado del tamaño de un niño de primera
comunión”. Enseguida he recordado a aquellos tratantes en ganado que portaban
blusas negras, contundentes bastones y un montón de billetes de banco en los
bolsillos. Que yo sepa, sólo los tratantes en ganado, los trajineros que iban
por los pueblos y las damas paletas y pícnicas los domingos en misa mayor, lo
llevaban todo puesto. Había el dicho de
un tratante de Garabás, al norte de Orense, que decía: “Amiguiños sí, pero a vaquiña polo que vale”. Ese texto forma parte
del libro “A Feira do Carballino”, de
Xosé Fariña Jamardo. Cada pueblo
vendía lo que poseía; y Nogueira de Ramuín, como carecía de tierras arcillosas
para fabricar alfarería, de cerdos para curar jamones, de vacas para que dieran
leche y el consiguiente oficio de curtidores de baquetas y talabartes, o de
uvas para producir orujo, contaba con los mejores afiladores y paragüeros. En
Navarra, por ejemplo, los elegantes tratantes vestían los días de oír misa
entera “blusa” oscura de satén que incluso llevaba orillo en torno al cuello
pespunteado. También había “blusas francesas”, más amplias y azules y
“bilbaínas”, más pequeñas y de color gris, y hasta rayadas. Cada región poseía
sus peculiaridades, que yo respeto. La “blusa” formó parte de la vestimenta de
un oficio perdido. Tampoco existen ya los feriales, que solían coincidir en
encrucijadas de caminos, donde, además de ganado, se ofrecían esquilas, como
las que se hacían en Mora de Rubielos, provincia de Teruel, pueblo alegre y
resignado. Pascual Madoz dejó
escrito que en Mora de Rubielos, que posee una flor de lis en su broquel,
también se dedicaban los vecinos a confeccionar bayetas de color café, pero no
estoy muy seguro de que eso fuese así. Debería preguntárselo, para salir del
laberinto de las dudas, al exalcalde zaragozano Alberto Belloch, morano de nación y socialista en sus ratos libres.
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