domingo, 12 de junio de 2016

Domingo, 26: san Pelayo



                                                       
Hay plumillas que ya escriben sobre el  nuevo Frente Popular que se avecina y nos retrotraen a enero de 1936. ¿Qué temen? ¿Qué pueda sobrepasar Unidos Podemos al PSOE, como señalan las encuestas? A esos plumillas del miedo, que ven barruntos de tormenta en el horizonte electoral del próximo día 26 de junio, les recordaría que el Frente Popular no fue el que nos llevó a la Guerra Civil sino la derechona incivil más rancia de entonces y una parte del Ejército, provocando un golpe de Estado con la bendición de la Iglesia Católica, y que relacionó aquella traición al Gobierno legal por parte de unos milicos patrioteros de mierda con una “cruzada de liberación”. Las guerras civiles no las gana nadie. Porque, como señala Jorge M. Reverte en la introducción a su ensayo El arte de matar, “una guerra es al fin y al cabo la movilización de todos los recursos posibles para conseguir la destrucción de un adversario. Eso es imposible de hacer sin matar”. Pero la voluntad popular, expresada a través del sufragio universal, como sucederá el próximo día de san Pelayo, parece que no agrada a unos reaccionarios que, como hace ochenta años, piensan hoy, todavía, que la libertad ciudadana puede aplastarse con varios tabores de regulares, unos camisas azules mamporristas, unas arengas desde los púlpitos al estilo de Plá y Deniel y de Gomá y un nuevo ardoroso Yagüe, si no existe, lo inventamos, ejerciendo de verdugo en la plaza de toros de Badajoz. Para Yagüe era una rémora tener que transportar a más de 4.000 ciudadanos apresados en su avance hacia Talavera de la Reina. Optó por la “solución” más sencilla. En fin, dejémoslo ahí. Los reaccionarios de hace ochenta años ya no existen, pero sus genes están en sus nietos; o sea, en buena parte de los que ahora han hecho la corrupción política más vergonzosa de que se tiene recuerdo. Hace pocos días, el anterior Jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, declaraba que no pensaba escribir sus memorias porque, de ser así, “tendría que contar mentiras”. Verás el día que se entere Rajoy de que existe el cúbito de uno de los brazos de san Pelayo en el monasterio de monjas benedictinas de Antealtares, en Santiago de Compostela. Seguro que Rajoy le pide a Marhuenda que lo pille al descuido, como hizo el electricista José Manuel Fernández Castiñeiras con el Códice Calixtino, y se lo lleve a La Moncloa. Hay antecedentes con Franco, la mano de santa Teresa y la maleta olvidada del general Villalba Riquelme que descubrió Pedro Sáinz Rodríguez, siendo ministro de Educación, sobre una mesita de El Pardo. Según contó a El País en 1982, “mientras hablan, Franco se entretiene firmando condenas de muerte. Sólo se interrumpe para mojar picatostes en una taza de chocolate y comérselos con mimo”. Franco tomó Madrid el día del nacimiento de la santa; Marhuenda por Rajoy, mata, y san Pelayo, si consigue don Tancredo ganar las elecciones generales, será el santo de su devoción. Unos se aprovechan de restos de santos que les ayudaron a ganar batallas; y otros, como los nazis, de la ideología de Nietzsche para incorporarla a su filosofía política. El diario El Mundo contaba una anécdota sobre el otro brazo incorrupto de santa Teresa: “Una peregrinación de carmelitas viajó a Estados Unidos a visitar a unas correligionarias, y para darles una alegría mística, se llevaron el brazo con ellas. Cuando el barco llegó a Nueva York, tuvieron que rellenar un cuestionario en la aduana, y al no encontrar en el arancel una partida de reliquias religiosas, el funcionario puso una cruz  en “conservas y salazones”.

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