miércoles, 15 de junio de 2016

Tapas, nuestro patrimonio




Me entero de que la Real Academia de Gastronomía que preside Rafael Anson, se creó con tres fines: influir en la oferta gastronómica, mejorar la calidad de vida de los españoles, reducir costes sanitarios y aumentar ingresos por turismo. Pues bien, ahora el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes pretende declarar las tapas de las barras de los bares Patrimonio Cultural Inmaterial. Existen, además, otros expedientes en curso: la Trashumancia, la Semana Santa y el Carnaval. Como ahora existe un día del año para cada cosa, supongo que esos influyentes académicos de número serán los responsables de que se haya logrado que mañana, día 16, esté considerado como el Día Mundial de la Tapa. También podría hacerse el Día Sin Comedor Escolar del Niño Pobre; el Día de los Amigos del Chiquiteo; el Día del Trabajador Que No Llega a Fín de Mes; el Día del Pobre de Puerta de Parroquia; el Día del Rebuscador en los Cubos de Basura, etcétera. El ministro en funciones Iñigo Méndez de Vigo “avanzó esa idea el pasado 31 de mayo a la directora general de la Unesco, Irina Bokova, durante la celebración de un desayuno informativo. Según explicó en aquel momento, las tapas vienen de una esfera localista, pero actualmente se han convertido en algo que pertenece al idioma universal. Méndez de Vigo, Barón de Claret, sobrino de Carmen Díaz de Rivera y nieto de Carmen de Icaza, está convencido de que uno va a cualquier parte del mundo, pide tapas e inmediatamente sabe lo que recibe. O sea, uno, pongamos por caso que ese uno soy yo, marcha unos días a Freetown, donde hay catorce grupos étnicos, y entre pausa y pausa de los abusos contra los derechos humanos, y en una tregua de los mosquitos que contagian la malaria, me acerco a un ambigú y le digo al camarero, que es pariente lejano por vía materna de Ahmed Trejan Cava, que me ponga un vermú casero y una tapita. Y el camarero, de apellido Zanco, me saca una botella de vermú rojo de Bodegas Valdepablo y unos bizcochos de soletilla de la Confitería Caro, para untar en el vermú como si de cruasanes se tratara. Hombre, el bizcocho de soletilla no es precisamente una tapa al uso, pero suele agradar a la distinguida clientela que visita Sierra Leona como el que se acerca a la madrileña calle de la  Montera a comprarse unos zapatos de chúpame la punta. Lo de la Trashumancia, la Semana Santa y el Carnaval lo podemos dejar en cartera para mejor ocasión, o sea, que a la búlgara Irina Bokova, acostumbrada al tarator y el banitsa no hay que marearla demasiado. Bastante tiene ya con saber si la tapa, ese patrimonio cultural inmaterial español es de gambas en gabardina, patatas revolconas, cazón en adobo, mejillones tigre, revuelto de morcilla o papas arrugás con mojo, por decir algo suave que no sé si reducirá los costes sanitarios, como pretenden los señores académicos de mesa, mantel y que el último apague la luz.

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