miércoles, 24 de agosto de 2016

A derechas o a tuertas




Lo peor que  puede  ocurrirle a un escritor es que su trabajo lo modifique el “corrector de textos”. Suelo poner como ejemplo la conjunción ilativa “conque”, que el “corrector” se empecina en separar “con” y “que”, cuando en realidad tiene utilidad para dos cosas: enunciar una consecuencia natural de lo que acaba de decirse; e introducir una frase exclamativa que expresa sorpresa o censura. Leo que Cuadernos Rubio avisa de las 20 faltas ortográficas más comunes en las redes sociales, verbigracia: ausencia de tildes en los pronombres exclamativos e interrogativos, confusión entre “a ver” y “haber”, la mala colocación de las comas en los escritos, la diferencia entre “¡ay!”, “ahí” y “hay”, etcétera. A mi entender, se entendería mejor la Ortografía si se ejercitase más la lectura de nuestros clásicos. No descubro nada nuevo ni pretendo ser el maestro Ciruela si afirmo que no es lo mismo “dónde”, “adónde”, “adonde” y a donde”; “aún” y “aun”; “por qué”, “por que”, “porque” y “porqué”; “con qué”, “con que” y conque; etcétera. Lo que para algunos sólo es “cuestión de matices”, lo cierto es que aplicando incorrectamente tales partículas se cambia el sentido de una frase, y el idioma sirve para entendernos. Por ejemplo: “dónde” sirve para preguntar por un lugar; “adónde” se emplea cuando el verbo necesita la preposición “a”, por ser un verbo de movimiento; “adonde” sin acento se usa cuando en la oración existe el antecedente, o sea, la palabra a la que se refiere el relativo; “a donde” se usa sólo si ya existe antecedente. Y así todo. Conservo varios libros de estilo: de ABC, de El País, otro que me regaló CEDRO escrito por Paloma González Sánchez… Todos ellos muy interesantes y que me han servido de gran ayuda. Pero si algo echo en falta son aquellos artículos de Fernando Lázaro Carreter, “El dardo en la palabra”, donde Lázaro analizaba muchos vulgarismos y  restañaba heridas del idioma. En su artículo “…y un largo etcétera”. Lázaro se preguntaba en qué laboratorio nació tal estupidez: “Es lo desesperante de los cohetes idiomáticos: pujan a nuestro lado, y nadie sabe, al verlos, quien los ha lanzado. Ahí quedó la nueva criatura: como recién nacida, expuesta a un incierto destino”. ¿Cuánto de largo es ese etcétera? Nunca lo sabremos.

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