sábado, 20 de agosto de 2016

Olla de grillos




Menos mal que el diario ABC tiene escaso número de lectores desde que no pertenece por entero a la familia Luca de Tena. Menos mal que los españoles no nos dejamos amedrentar por ciertos cantos de sirenas que llegan desde la más rancia derechona. Y menos mal, también, que el corrupto partido que sostiene a un triste Gobierno en funciones, pronto dejará de ser un mal sueño para muchos ciudadanos. Meter miedo, como hace Bieito Rubido desde el ojo de buey de su velero bergantín por aguas procelosas, desde su El Astrolabio planisférico, que más que determinar la hora a partir de la latitud y medir distancias por trianguación, lo que hace es deformar una realidad tangible en lo que por estos pagos acontece. En su columna “Rajoy o terceras elecciones”, Rubido señala que “tal vez unas terceras elecciones no sean una opción tan mala, ni una idea descabellada. Al fin y al cabo, visto lo visto y oído lo hablado, casi mejor que los votantes vuelvan a reconsiderar quién puede gobernarnos, ahora que conocen el olor a guerracivilismo que desprenden los que dicen representar a la nueva política”. Por lo visto, Rubido todavía no se ha enterado de que el golpe de Estado de 1936 fue producido por unos militares africanistas con pésima preparación militar y aplaudido con las orejas por una derechona y unos obispos que temían perder sus morrocotudos privilegios. Unos tipejos que se apoderaros del crucifijo, de la bandera y de la libertad de media España y que, afortunadamente, por razones edad, ya salieron hace tiempo del panorama histórico por la puerta de servicio. Cierto que al aspirante Rajoy no le importa lo más mínimo que unas nuevas elecciones, ya serían las terceras, supongan para el Erario un tremendo desembolso de dinero público. Cierto, también, que al aspirante Rajoy le interesen unos posibles comicios el día de Navidad. Supone que dada la fecha, habría una gran abstención en las urnas, y ello beneficia siempre a las mayorías por la ley D'Hondt, donde los beneficiarios siempre son los partidos grandes y los perjudicados, los pequeños. Y Bieito Rubido también es conocedor de que en unas elecciones generales, la legislación española descarta las candidaturas que hayan obtenido menos del 3% de las papeletas. El resultado de cada una de las otras habrá de dividirse por el número de escaños en juego y que los representantes se conceden a estos cocientes por orden decreciente. Al final de su columna, Rubido dice que “a estas alturas, parece claro que sólo es posible una investidura de Mariano Rajoy o unas terceras elecciones para que los ciudadanos le expliquen a Sánchez lo que sus compañeros de partido no se atreven: que el PSOE no puede pactar con quien busca romper España, que el populismo y el “postureo” tienen recorridos cortos y que, en democracia, la lista más votada suele gobernar”. Bueno, también Rubido sabe que en España no se elige en las urnas presidente del Gobierno ni alcalde, sino diputados y ediles. En consecuencia, en nuestro sistema parlamentario no alcanza la presidencia del Gobierno el cabeza de lista del  partido más votado sino aquel aspirante a la Presidencia que consigue más adhesiones dentro del Hemiciclo. Y como Bieito Rubido está al tanto de lo que se cuece en esa olla de grillos, podría ahorrarse el esfuerzo de escribir simplezas. En El Espectador, Ortega nos recordaba en 1925 (al hacer referencia al fascismo) que “una de las paradojas más inevitables es que en la batalla, el vencedor, para vencer, necesita que el vencido le ayude”. Con Rajoy está pasando algo parecido: necesita la ayuda del PSOE y de Ciudadanos para poder seguir gobernando a su albedrío, como cuando disponía de mayoría absoluta. Ya ha conseguido el apoyo para la sesión de Investidura de Ciudadanos. Pero los socialistas no están dispuestos a irse a orinar  a la hora de votar. Una cosa es la cistitis colectiva sobrevenida; y otra, la estulticia. Conque ya sabe Rajoy: cuando esté delante del atril de oradores en la sesión de Investidura deberá ponerse una pluma en la cabeza, al estilo de Jerónimo, que desvíe a tierra todos los rayos.

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