lunes, 12 de septiembre de 2016

Nada es lo que parece





Dijo Mariano Rajoy en el último mitin de Pontevedra en apoyo de Alberto Núñez Feijóo que “en tiempos de dificultad, se tienen que quedar los buenos e irse los malos”, supongo que a propósito de unas declaraciones de Felipe González el pasado viernes en Santiago de Chile, donde señaló que “deberían irse todos los candidatos si hubiese terceras elecciones”. ¿Quiénes son los buenos para Rajoy? ¿Rosa Valdeón? ¿Un Luis de Guindos, que no responderá en el Pleno por el “caso Soria” por estar el Gobierno en funciones? Que yo sepa, el Gobierno está en funciones pero el Parlamento no lo está. La razón esgrimida en contra por Sáenz de Santamaría ante las 60 peticiones de comparecencia es que “se busca convertir a la Cámara en escenario de precampaña electoral”.Dicho en otras palabras: la vicepresidenta del Gobierno no desea que aumente más aún el desgaste de su partido. Pero ya estamos acostumbrados. Con mayoría absoluta, Rajoy rehusó comparecer en la Cámara en 105 ocasiones relacionados en su gran mayoría con temas de corrupción. O sea, antes no comparecía nadie por el “milagro” del rodillo; ahora, por estar el Gobierno en funciones. “Un Gobierno en funciones –según la vicepresidenta- no cuenta con la confianza de la Cámara y no está sujeto a control”. Habrá que esperar a saber qué opina al respecto el Tribunal Constitucional, cuya velocidad de tortuga en sus resoluciones es manifiesta. Por lo pronto,  Fernando Jiménez Latorre, el nuevo aspirante propuesto para  representar a España en el Banco Mundial parece estar tocado de ala con sus presuntos vínculos en paraísos fiscales. Sí, aquí se deberían quedar los buenos y marcharse los malos. Ya estamos a vueltas con los conversos e inicuos. El 9 de septiembre de 2013, en mi escrito “El nefasto Ruiz-Gallardón”, venía a decir: “A Ruiz-Gallardón le sale la vena fascistoide y, al igual que utiliza un baremo la Iglesia Católica para señalar qué pecados son veniales o mortales, este ministro pretende separar a los ciudadanos entre conversos e inicuos en función de los criterios de no sabemos quién. Unos, los conversos, a los que se les pueden revisar los casos y acortar las penas en su día impuestas por los Tribunales de Justicia; y otros, los inicuos, sin redención posible”. Eso era lo que se pretendía con la prisión permanente revisable para supuestos delitos, que reflejaba un autoritarismo penal que podía llegar a confundir la justicia con la venganza. A mí, alguien con capacidad bastante debería señalarme desde su autoridad qué entiende Rajoy por buenos y por malos. “Lo peor que sucede en la actual Derecha española -seguía escribiendo servidor de ustedes en aquel chat de septiembre de 2013- es que engloba a todo un amplio espectro, que va desde los más moderados, donde personalmente incluiría a Mariano Rajoy, hasta aquellos militantes que siguen instalados en la nostalgia del franquismo, al estilo del dos veces exministro de Franco y falangista José Utrera Molina, suegro del actual ministro de Justicia, que se permitió escribir en su biografía “Sin cambiar de Bandera” (Ed. Planeta): “Franco nunca fue totalitario, yo soy testigo”; o del alcalde de Beade, Senén Pousa, en Orense; o del alcalde de Moraleja de Enmedio, en Madrid, que “no se dio cuenta” de que en la calle se cantaba el “Cara al sol” durante el desfile de carrozas y se colocaba la bandera preconstitucional en el balcón del Ayuntamiento durante las fiestas patronales; o de Manuel González Capón, otro alcalde del PP, en este caso de Baralla (municipios lucense de Los Ancares que abarca 32 aldeas) que hizo apología fascista en otra fiesta local y dijo  que  “las víctimas del franquismo se lo merecían”, etcétera”. Eso de buenos y malos queda bien para explicarle sobre Las aventuras de Rin Tin Tin a niños que los soldados del Séptimo de Caballería eran los buenos y los indios de Jerónimo, los malos. Pero aquellas aventuras del perro pastor alemán nada tienen que ver con lo que acontece en esta Oligarquía de Partidos instalada, rebozada, eso sí, con la masa de tempura de una aparente normalidad democrática, como es el caso español. Nada es lo que parece.

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