lunes, 19 de septiembre de 2016

¡No le toques ya más, que así es la rosa!




Estos días se está buscando de nuevo lo que queda de  Federico García Lorca, del maestro de escuela Dióscoro Galindo y de los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas en el Barranco de Viznar. Es el tercer intento que se hace en Alfacar. Todavía no aparecen los esperados restos. Esto ya se está convirtiendo en algo parecido a la búsqueda de un galeón hundido. O aunque esté mal decirlo, al tesoro de la Noche Triste, es decir, a aquella noche de finales de 1520, cuando los aztecas de la ciudad de Tenochtitlan, hartos de Hernán Cortés y de los conquistadores españoles, decidieron esconder sus tesoros en la parte seca de los alrededores de la ciudad, y que todavía no ha sido encontrado; o el cargamento perdido de la embarcación Nuestra Señora de Atocha que naufragó el 6 de septiembre de 1622 en los Cayos de la Florida. Los restos de García Lorca, del maestro y de los banderilleros asesinados aquel malhadado 17 de agosto de 1936 de ninguna de las maneras son un pecio (res nullius) ni forman parte de los restos de un barco hundido que interese localizar. La propiedad de un buque prescribe cuando desaparecen sus legítimos propietarios, o cuando se ejerce el derecho de abandono. Los crímenes de guerra, en cambio, no deberían prescribir jamás. El poeta García Lorca sigue vivo entre nosotros gracias a lo que sabemos de su biografía y de su obra escrita. Asombrosamente, sus familiares son los primeros que no desean que se busquen sus restos. Desconozco la razón. De aparecer los cadáveres de esos cuatro fusilados (en el barranco de Viznar fueron pasados por las armas más de dos mil personas) no sería difícil reconocer los restos de Federico, independientemente de los datos que pudiesen aportar su análisis de ADN. Su cráneo estaba algo desproporcionado con su cuerpo, y en el momento de su asesinato llevaba puesto un cinturón con una hebilla muy grande que él había traído de Argentina, donde había llegado en el barco Conte Grande el 13 de octubre de 1933 acompañado del escenógrafo Manuel Fontanals, como reflejó el diario La Nación. En el puerto le esperaban, además de muchos periodistas, Gregorio Martínez Sierra, Lola Membrives y su marido, empresario teatral, sus tíos Francisco y María, así como la que había sido su niñera, desconozco su nombre, que residía en Buenos Aires desde hacía tres años. En Clarín escribió Pablo Suero el 17 de julio de 2009: “Al desembarcar un grupo de gente humilde lo abraza. Son paisanos suyos. Entre ellos hay una mujer que llora: “¡Federico! ¡Federico!”. Esa mujer fue la niñera de Federico allá en Granada. “Lo ha visto nacer y hace unos años que está aquí”, nos explica Fontanals. Y es este beso humilde el que acoge al poeta en el puerto de Buenos Aires”.

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