jueves, 22 de septiembre de 2016

Sobre premios y polvaredas





Por estos pagos, el currículum vitae de ciertas personas ya se va  pareciendo a las etiquetas de las botellas del Anís del Mono, incluido su error ortográfico, preñadas de reconocimientos y medallas en exposiciones internacionales. Un anís, digo, que hasta tiene en el Paseo Marítimo de Badalona su estatua de bronce y que en 1913 tuvo el primer cartel luminoso en la madrileña Puerta del Sol. Por cierto, Vicente Bosch fue proveedor de la Real Casa, que también lo pone en la etiqueta de las botellas  de corte adiamantado que ahora se fabrican con menor continente y contenido. Pero, a lo que iba, moreno. Hasta para beber anís hay que saber cómo posicionar el dedo meñique. Yo lo coloco de forma erecta, siempre apuntando al vecino de mesa de velador, que es más cursi y más inquietante. Con el debido respeto,  alguien con capacidad bastante debería explicarme aunque sólo sea por  practicar un acto de caridad cristiana, es decir, enseñar al que no sabe, qué carajo tiene que ver el Premio Nobel de la Paz, que se concede en Noruega, con las enfermedades neurodegenerativas. Y en el difícil supuesto de que servidor de ustedes pudiese llegar a entenderlo, que se me explicase también la relación directa existente entre las enfermedades neurodegenerativas y la propuesta por una universidad americana, hasta ahora no desvelada y por segundo año consecutivo, para que tal distinción  sea concedida a la reina consorte del anterior jefe del Estado, por el simple hecho de que esa distinguida dama presida una fundación interesada en la lucha contra la enfermedad de Alzheimer. De merecer Sofía de Grecia un premio de esa envergadura, ese sería el Premio Nobel de Medicina, puesto que de enfermedades se trata. Seamos serios. El hecho de presidir eventos, la fiesta de la banderita o fundaciones del tipo que sea, no justifica que aquella persona que los preside deba ser merecedora de premio alguno. Verbigracia: el hecho de que yo pudiese presidir, que no creo, los juegos florales de Solanillos del Extremo, en la provincia de Guadalajara, no significaría que fuese merecedor del Premio Nobel de Economía, al evitar que los sonetos presentados a concurso llevasen la rémora del estrambote. Si alguien merecería una recompensa en España, aunque sólo fuese consistente en un profundo agradecimiento por parte del Gobierno, es ese ciudadano anónimo que cuida de un familiar día y noche aquejado de esa grave enfermedad cerebral. Y que lleva a cabo su personal viacrucis con resignación y sin esperar recibir algún tipo de ayuda por parte del Estado. Aquí, entre tanta polvareda desapareció don Beltrán, o sea, con titulares rimbombantes donde se informa de que Sofía de Grecia ha sido propuesta por un organismo extranjero para el Premio Nobel de la Paz ya parece que se “lavan” las conciencias de los responsables de un Gobierno, desde hace más de 200 días en funciones, que ha practicado a lo largo de una legislatura con mayoría absoluta todo tipo de recortes en Sanidad, Educación y Servicios Sociales.  A  Mariano Rajoy, desde mi modesto blog que no lee casi nadie, le propongo para el Premio Nobel de Física y de Química, respectivamente, que se conceden en Suecia. El de Física, por haber descubierto los beneficios que le ha reportado la inmovilidad del dontancredismo; y el de Química, por haber convertido el Estatuto de los Trabajadores en una auténtica mierda pinchada en un palo. Dejó escrito Azorín en 1924 que “el genio de España no podrá ser comprendido sin la consideración de este ir y venir de los rebaños por montañas y llanuras… Los ganados trashumantes son centenares y centenares. Cruzan y recruzan toda España. Levantan en las llanuras polvaredas que se diría movidas por un ejército”. Es la polvareda que levantan las noticias de una prensa domesticada que no lee casi nadie y cuyas hojas sólo sirven para envolver bocadillos en las cantinas de las estaciones de ferrocarril.

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