martes, 4 de octubre de 2016

Argüelles y Calatayud (II)





Las vacilaciones del pusilánime Argüelles fueron causa de que fracasara el golpe de Estado en Santander y su provincia, pese al amplio apego popular de que gozaba y el impulso de militares y de la Guardia Civil. Argüelles fue negligente y su postura impidió que se levantasen las derechas en aquella tierra tan conservadora, donde eran mayoría. Y esa pusilanimidad de Argüelles fue causa de que esa provincia, entonces incluida en Castilla la Vieja, conociera 13 meses de dominio republicano. Argüelles, tras su destitución, tuvo que esconderse. Le habían llegado noticias de que pretendían asesinarle. Y encontró refugio en el domicilio del diputado de Izquierda Republicana Ruiz Rebollo. Al final fue detenido e ingresó en prisión el 3 de agosto de 1937. El día 13 sería trasladado al “Alfonso Pérez” y allí permaneció hasta que por causas de enfermedad tuvo que ser evacuado al hospital de Valdecilla, donde fue operado. El 25 de agosto fue puesto en libertad. Tres días más tarde llegaba a Santander un telegrama del general jefe del Ejército del Norte dirigido al auditor, donde se ordenaba su detención, por haber sido el “principal responsable de la pérdida para nuestra causa de esa Plaza y e toda la Provincia”. Añadía el telegrama que se le debía incoar juicio sumarísimo. Dos días después hacía Argüelles su primera declaración, resumiendo en 15 líneas su actuación en los últimos meses. Al día siguiente se acordaba su procesamiento. En los días posteriores se tomó declaración a otros militares. Finalmente, el fiscal Felipe Acedo formuló conclusiones en las que se acusaba a Argüelles de negligencia con circunstancias agravantes. Pedía para él y para el coronel Indalecio Terán sendas penas de muerte. El día 16 se les leían los cargos, pero a espensas de las declaraciones de otras personas se convocó de nuevo el Consejo de Guerra el 25 de octubre a las cuatro de la tarde. El nuevo presidente de la sala de vistas era el coronel de Infantería Antonio Lozano. Terminadas las declaraciones, intervino el fiscal reiterando sus peticiones. Ese mismo día se dictó sentencias y se remitieron a Bilbao, al auditor jefe, que las dio por buenas, para posteriormente mandarlas a Burgos, al general Dávila, jefe del Ejército del Norte. Dicho general aprobó las sentencias el 6 de noviembre y las ejecuciones de los dos coroneles, Argüelles y Terán, quedaron pendientes del “enterado” de Franco. Al llegar a su mesa de despacho esas sentencias condenatorias mantuvo la de Argüelles y conmutó la del coronel Terán  por el grado inferior. El 17 de noviembre llegaba a Santander la confirmación del “enterado” y el coronel gobernador militar ordenó que entrase en capilla esa misma noche Arguelléis el resto de los condenados a muerte previstos para ese día. A la una de la madrugada del día 18 Argüelles quedaba bajo la custodia del alférez de la Guardia Civil Toribio Martín, jefe del pelotón de ejecución. A las 7 horas de aquel día otoñal Argüelles era pasado por las armas. Resulta curioso lo sucedido. Un militar afecto a la causa de los rebeldes, hecho prisionero por los republicanos, puesto por éstos en libertad, y posteriormente  fusilado por los rebeldes, bajo acusación de no haber maniobrado con eficacia para darles el triunfo con la celeridad esperada. Argüelles pasó por Calatayud como un cometa y, posiblemente, nadie se acuerde de aquella presencia. A mi entender, aunque resulte una paradoja, fue el único ciudadano del que tengo noticia que hizo causa con el golpe de Estado de 1936 pero que, pese a ello, merecería reconocimiento con la Ley de la Memoria Histórica.

No hay comentarios: