lunes, 31 de octubre de 2016

Baroja, sesenta años después





Estos días se escribe mucho en la prensa sobre Pío Baroja, coincidiendo con el sexagésimo aniversario de su muerte que se conmemoró ayer, 30 de octubre. Baroja es un triedro, el médico, que estuvo en el Balneario de Cestona, el panadero y el novelista. Muchos de los personajes de sus novelas son vagabundos, como luego acontecería en la obra de Cela. Como escribió Justo Fernández López, “el núcleo de muchas de sus novelas lo forma una especie de terapia que consiste en deambular, andar, vagar; una terapia contra la melancolía. Sus personajes vagabundean, charlan y hacen teorías. El vagabundeo aventurero de los personajes de Baroja está impulsado por la energía del hombre independiente que no se quiere someter a la sociedad. Para Baroja consiste el sentido de la vida en este constante vagabundear sin meta alguna; en el encuentro constante con hombres que aparecen y desaparecen sin dejar huella; en la observación y crítica de la vida; en la acción por la acción sin sentido final alguno”. (…) “A veces parecen sus novelas un montón de anécdotas. Por eso decía Baroja que una novela larga siempre será una sucesión de novelas cortas”. Con Cela sucede algo parecido. En sus viajes (Viaje a la Alcarria, El gallego y su cuadrilla…, etc.) aparecen en todos ellos una serie de personajes que pasan casi de refilón, que se topan con el viajero, o con el vagabundo, en sus trochas y dialogan aunque no mucho, a veces comparten fonda, casi siempre fuman un cigarro juntos y se les termina por perder de vista en media página. Para Baroja las visiones de Castilla son como los trazos de Zuloaga: tétricos y nada edificantes. Para Cela, en cambio, cada viaje por Castilla la Vieja, por La Alcarria,  por el Pirineo de Lérida, por Andalucía, o desde el Miño hasta el Bidasoa, constituye un ejercicio pedestre entre paisajes, ríos o ciudades de medio pelo sin mayores pretensiones. Sólo el deseo de distraer al lector, que le acompañará como si fuese su sombra cuando goze con su lectura. En su ensayo Cuatro figuras del 98, Cela, al hacer referencia a Baroja, dice de él: “El porvenir en el que Baroja creía y con el que se entusiasmaba, fue siempre pretérito”. (…) “Baroja, inmerso de hoz y coz en el siglo XIX, llamó siempre porvenir a lo que ya había pasado”. En otro de sus ensayos, Recuerdo de don Pío Baroja, al hacer referencia a su muerte, cuenta Cela: “En su casa, la noche que murió, no hablaban de él más que las mujeres. Los hombres fumábamos pitillos y decíamos que hacía frío o que si Rusia tal y Estados Unidos cual. Esto fue lo que me dio más la impresión de que Baroja, contra todas las apariencias, no estaba muerto más que para el registro civil, esa minucia”.

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