sábado, 22 de octubre de 2016

Elogio de los relojes de Corao





Parece ser que don Basilio de Sobrecueba fue un hidalgo sin fortuna que sobre 1870 estableció en Gijón entre la rechifla de sus amigos un taller de construcción de relojes con el consiguiente fracaso, según contaba Diego Plata, o sea, Víctor de la Serna, el ilustre hijo de Concha Espina, en su Nuevo viaje de España.  Hacer relojes que señalen más de dos veces al día la hora exacta es harto dificultoso por su complejidad. Es más fácil imitar a un cocinero haciendo empanadillas de escabeche o a un tabernero sirviendo vermú de garrafa con sifón, que entender de espirales, ejes volantes, ruedas de escape y trinquetes y saber colocarlas en su debido sitio dentro de la caja del reloj sin que pierdan su compostura. Cosa diferente es que el relojero en cuestión se dedique a fabricar relojes de sol, salvo que los coloque entre rascacielos y mirando al norte. Sin embargo, dos de los primos carnales de don Basilio Sobrecueba, Ismael y Roberto de la Miyar, supieron dar en el chiste. Se marcharon a Suiza, ese país que tanto gusta visitar hoy a determinados mangantes de la cosa pública, y aprendieron a montar relojes con maestría. De hecho, sus relojes de péndulo con sonería, los famosos ejemplares de Corao, encandilaron a la burguesía madrileña. En 1891 la Compañía de los Ferrocarriles del Norte les encargó ocho relojes a 500 pesetas cada uno. También se dedicaron a hacer fonógrafos. Entre 1900 y 1903 construyeron una serie de 150 para los almacenes “El Siglo”, de Barcelona, incluyendo bocina, diafragma y muelle, y en 1914 construyeron dos teodolitos con destino a la Sección Topográfica de la Dirección General de Montes. Tres años más tarde se dedicaron a fabricar piñones de acero para relojería de pared para Maurer y Cía. Entre otras muchas cosas, también fabricaron una serie de relojes de bolsillo sistema Roskopf. De su relojería fueron clientes la Naviera Aznar, de Bilbao, Ferrocarriles del Norte, de Langreo, de Asturias y Tranvía Arriendas, Diputación provincial de Oviedo, Bancos de Gijón, Oviedo y Herrero, Obispado de Oviedo, etcétera. A mi entender, la llegada del ferrocarril fue la causa de que muchos viajeros ingleses (donde la diferencia entre el norte y el sur era de casi media hora) utilizaran relojes con dos esferas: una con la hora local y la otra con la hora del convoy. Aún así, muchos perdían el tren. Menos mal que en 1848 (año de la inauguración en la Península del tramo Barcelona- Mataró) todas las compañías ferroviarias adoptaron la hora de Greenwich. Digo en la Península, porque el primer ferrocarril español se construyó en Cuba, entonces provincia española, entre La Habana y Güines, en 1837; y el primer ferrocarril entre Lisboa y Carregado fue inaugurado el 28 de octubre de 1856.

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