jueves, 6 de octubre de 2016

Elogio de los viejos afiladores





La noticia aparecida hoy en El Progreso, de Lugo, es escueta: “Un afilador resulta herido tras cortarse mientras trabajaba”. Eso sucedió en Sanín, en la parroquia de Lubre. Hombre, esa noticia es la muestra perfecta de que el afilador herido hacía bien su trabajo y que los cuchillos por él afilados cortaban un pelo en el aire. Que un afilador se corte mientras amuela y templa un cuchillo dice mucho del gremio de afiladores y paragüeros. Supongo que viendo caer su sangre al suelo, el afilador cuyo nombre desconozco juraría en ballarete, esa jerga de los canteiros orensanos de Nogueira de Ramuín, que también utilizaban los músicos y otros profesionales ambulantes. Un ejemplo: “Había que chusar anque oretee ou axa barruxo, porque facía falta zurro, que Sanqueico nono da de balde”, que C. J. Cela hubiese traducido de forma correcta por conocer esa jerga, como lo demostró en sus páginas de “El gallego y su cuadrilla”, capítulo III, “De Peñafiel a las puertas de Segovia”, cuando “el vagabundo, a cuatro leguas largas, todavía de la capital, se sienta a descansar un rato y a entretenerse con sus figuraciones. Por el camino, y en sentido contrario, viene un afilador de barba florida y jovial además, empujando su rueda y silbando en el caramillo unos aires silvestres…”. (…) El vagabundo, que tiene sus raras sabidurías, al ver al afilador se arrancó en ballarete: “¿Cómo che amece o corpurrio? El afilador se puso color grana hasta la raíz de la sien: “¡Inda os guelfos te ticen, choulo de lorda!”, etcétera. Al final del capítulo aparecen algunas voces de jerga del ballarete: Amecer, estar; caxateiro, bailarín; caxiga, cura; curporrio, cuerpo; choulo, tonto; guelfos, piojos; lorda, mierda; tizar, comer; varante, alcalde… Por eso digo que el ejemplo que ponía, utilizado por músicos y profesionales ambulantes, incluidos los afiladores y paragüeros, lo hubiese traducido don Camilo a las mil maravillas: “Había que trabajar aunque lloviese o hubiese barro, porque hacía falta dinero, y Dios no lo regala”. Desde hace más de trescientos años, a los viejos afiladores que han recorrido muchos caminos les llaman queicoas. Ahora voy tras la busca del diccionario Ballarete-Castellano y Castelán-Ballarete, de don Domingo Álvarez Álvarez,  a fin de poder  desenvolverme con soltura por las trochas de lo poco que va quedando de Castilla la Vieja, en el supuesto de que me topase de frente con un afilador y paragüero por la parte de Gredos, cuando voy por Ávila, que me quisiera interpretar el vals Pepita con ese chiflo o caramillo que, cuando se sopla con devoción, afloran con  maestría las notas de su escala tonal, de graves a agudas y viceversa. Siempre se aprenden cosas.

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