domingo, 2 de octubre de 2016

Elogio de mi vieja Underwood





Álex Grijelmo, en El País, señala que “hoy se observa con cierta lenidad la falta de ortografía que consiste en suprimir los signos de entrada en interrogaciones y exclamaciones; y muchos docentes pasan por alto tal deterioro expresivo en los exámenes de sus alumnos”. (…) “El inglés y el francés –dice Grijelmo- no alumbraron esa duplicación (¡!, ¿?). Es cierto que en una gran parte de las expresiones interrogativas del inglés la sintaxis ayuda a definir la pregunta mediante la alteración de los términos, así como en una pequeña proporción del francés: “you are ready” / “are you ready?”; “tu es prête” / “es-tu prête?” (en español no cambia el orden: “estás preparada” / “¿estás preparada?”). Pero aquellas sintaxis de la viceversa no alcanzan para delimitar todas las preguntas, y algunas interrogaciones y exclamaciones largas se convierten en ambiguas porque no se sabe dónde empiezan. Ni siquiera se sabe si son interrogaciones… hasta que llega el signo de cierre. Esas dos lenguas tampoco pueden competir con nuestra ortografía cuando el énfasis va inserto en una oración, algo que el español resuelve bien: “Y quisieron pagarme ¡cien! euros al mes”. Recuerdo que, cuando empecé a escribir a máquina, lo hice en una vieja Underwood que todavía conservo como un objeto de museo. Con ella tecleé muchísimos folios. Ahora la tengo silente sobre una mesita que tiene tantos años como la máquina. Cada varios días le limpio el polvo, aunque no he vuelto a engrasarla. Es negra y suave, como un Platero con esqueleto de hierro colado. Las teclas, redondas, tienen un papelito con su correspondiente letra bajo un cristal. Algunas se han oscurecido más que otras, como sucede con las cáscaras de berberecho que arrastran las olas a la arena de las playas. Pero lo más curioso de esa máquina “jubilada” son los seis tabuladores de pinza situados en la parte trasera, que se deben deslizar sobre una regleta milimetrada hasta colocarlos en el lugar deseado cuando se hacen columnas de números. Cuando comencé a escribir en aquella máquina descubrí que no disponía del signo de apertura de interrogación, sólo de cierre. Y cada vez que necesitaba escribir una pregunta era necesario poner tal signo de apertura con un bolígrafo. Tampoco se podían acentuar las letras mayúsculas. Eran máquinas de importación fabricadas al otro lado del Atlántico. Menos mal que, dentro de lo malo, la mía ya llevaba incluida la “eñe”, para poder escribir “¡coño!”, (esa interjección vulgar tan española que expresa contrariedad, sorpresa o enfado) cada vez que intentaba  abrir la interrogación y no encontraba la tecla ni árbol donde ahorcarme.

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