martes, 29 de noviembre de 2016

Palma




Me entero por El Mundo que el pleno del Parlament de este martes ha aprobado una modificación de la Ley de capitalidad con la que se cambia la denominación de 'Palma de Mallorca', que pasa a llamarse 'Palma', cuatro años después de que se acordase la modificación contraria. Y nos recuerda que Palma pasó a ser Palma de Mallorca en  2012. Pues nada, palmero, sube a la palma, y dile a la palmerita… Sí, ya sé que esa canción es una isa que pertenece al folclore de las Islas Canarias y, también, que forma parte de la estructura de la marinera limeña de término ya que la canción viajó a Jalisco y a Lima. Pero, y así lo entiendo, me parece una estupidez que el Parlament pierda el tiempo en esos detalles. Es como si al Gobierno de Aragón le diese por quitar el apellido a La Almunia de Doña Godina, la Junta de Castilla y León truncase el nombre de Mansilla de las Mulas, o la Comunidad de Madrid llamase Sevilla a Sevilla la Nueva. Podría suceder que alguien enviase una carta a un ciudadano de Sevilla la Nueva y apareciese el cartero con la carta en la mano por Sierpes o por República Argentina, que también tiene palmeras a ambos lados de la calle. Precisamente ahora hace un siglo en que más de 500 pueblos españoles cambiaron de nombre por decreto. La razón era que más de mil de los 9.266 pueblos existentes entonces se llamaban de la misma manera. Fue entonces cuando la Real Sociedad Geográfica propuso una reforma de la nomenclatura por Real Decreto de 27 de junio de 1916, refrendado por el conde de Romanones y firmado por Alfonso XIII. Así, Roquetas pasó a ser «de Mar», Moncada sumó «y Reixach», Buitrago el apellido «de Lozoya» o San Fernando «de Henares», etc.; y así hasta 573 municipios. Manuel Foronda, promotor de esa reforma, contó al diario La Época  (4 de julio de 1916) que estudiando las etapas recorridas por Carlos V en sus viajes por España, se encontró con un sinnúmero de localidades y poblaciones que llevaban los mismos nombres, y éstos, sin calificativo o añadido alguno que entre sí los diferenciara. El experto, que recibió el título de marqués de Foronda entre otros méritos por esta normalización toponímica, destacaba cómo existían, por ejemplo, seis “Villaverde” esparcidos por España. De ahí la necesidad de ponerles “apellidos”. Cosa distinta fue la que hizo Franco, al cambiar el toledano nombre de Azaña por el de Numancia de la Sagra por razones de enfermizo encono hacia la figura del último presidente de la II República, o los rocambolescos nombres que recibieron durante el franquismo los diversos pueblos de colonización.

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