jueves, 15 de diciembre de 2016

Éxtasis ante la belleza





Existe un cuadro clínico mencionado por primera vez en un libro de recuerdos personales, Roma, Nápoles y Florencia, escrito en 1917 por Henry Marie Beyle, (Stendhal para  los amigos), donde se describe el síndrome de Stendhal, una especie de éxtasis que se produce ante cuadros de gran belleza en corto espacio de tiempo. En ese síndrome, descrito por Gracielle Magherini en 1979, aparece en aquel que lo sufre angustia, excitación, mareos, obnubilación, pitido de oídos, etcétera. Vamos, algo así como lo que a mí me sucede cada vez que veo la película Muerte en Venecia, la adaptación de Visconti al cine de una novela corta de Thomas Mann. El personaje principal, el deprimido Gustav von Aschenbach, se fija en un joven de belleza sobrecogedora, Tadzio, que terminará por convertirse en una obsesión del protagonista, que insiste en permanecer en el hotel de Lido pese a una declarada epidemia de cólera que las autoridades tratan de minimizar para evitar en lo posible el éxodo de turistas. Y Gustav von Aschenbach muere sentado en una hamaca de playa mientras contempla como el causante de su morbosa fijación, el rubio y bello Tadzio, le ignora por completo y juega con un amigo en la arena del Adriático. Si a todo ello añadimos el acompañamiento de la Quinta sinfonía de Mahler, el síndrome de Stendhal está asegurado en el espectador sensible que permanece sentado en su butaca observando al mejor Dirk Bogarde, sólo mejorado, si acaso, en The Servant.

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