sábado, 17 de diciembre de 2016

La navaja de Ockham





Ignacio Romero de Solís contaba que, en Sevilla, había doce motoristas sin el casco protector. Un guardia se dirigió a uno de ellos y le multó. El motorista, indignado, le preguntó el porqué de no haber multado al resto. El guardia le contestó: “Le he multado a usted porque tiene pinta de ser el único que la va a pagar”. Hay que tener mucho cuidado cuando la Autoridad competente, ya sea en forma de guardia, de comisario o de juez, saca de paseo sus dotes de psicólogo. Entonces estás perdido. Es conocido el caso de la detención de dos individuos que intentaban levantar una persiana. Esposados llegan a la comisaría y se sientan frente al comisario. Éste les hace varias preguntas sin obtener respuesta. El comisario, enfadado, indica al guardia que les custodia: “Ese que se vaya, este otro que se quede”. El individuo que quedó retenido le preguntó al comisario la razón por la que había adoptado ese arbitrario criterio. La respuesta del comisario fue contundente: “Usted se queda porque tiene cara de malo”. Javier Sampedro (El País, 31/3/14) en su trabajo “Cómo leer el espejo del alma” señalaba: “Hay una ley no escrita de la ciencia que se llama la navaja de Ockham. Aunque su formulación original por el monje franciscano Guillermo de Ockham, una de las cúspides del pensamiento medieval, resulta en extremo espesa y farragosa, no puede negarse a su concepto central una claridad de una índole casi brutal: a igualdad de todo lo demás, la explicación más simple suele ser la correcta”. Queda claro que la clave para ser productivos en la realización de una tarea concreta consiste en no complicarnos la vida.

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