lunes, 5 de diciembre de 2016

Leyendas y realidades




Existen muchas historias en torno al lago de Sanabria, que se formó hace diez mil años como consecuencia de la última glaciación. Una vieja leyenda cuenta que en el fondo del lago se encuentra el pueblo de Valverde de Lucerna, donde la noche de San Juan tañen bajo el agua las campanas del imaginario pueblo anegado, y que Unamuno elevó a categoría literaria en San Manuel Bueno, mártir. La leyenda del lago de Sanabria, que tiene el precedente en Ovidio, donde en su Metamorfosis recogía un episodio similar, ha sido recreada por Julio Llamazares, en el guión cinematográfico de El filandón (1984) y en el relato Volverás a Región. La leyenda cuenta que en la noche previa a la festividad de San Juan, con lluvia, frío, truenos y relámpagos, una sombra se movía en dirección a Valverde de Lucerna.  Con la iluminación de los relámpagos se podía ver que era un hombre alto, de larga barba y abundante cabello. Iba cubierto con una capa de lino y se apoyaba en un bastón del que colgaban dos conchas. Era un peregrino. A la salida, en una zona elevada, vio un horno donde se encontraban unas mujeres haciendo pan. Les preguntó si podía pasar, y ellas aceptaron. Una vez que se secó al calor del horno, las mujeres le hicieron un pequeño bollo de pan, lo introdujeron en el horno y cuando lo intentaron sacar no podían, ya que había crecido mucho. Fueron metiendo trozos de pan cada vez más pequeños hasta que finalmente pudieron sacar uno de la boca del horno y se lo dieron al misterioso recién llegado. Él, dirigiéndose a las mujeres les dijo: “Gracias por socorrerme, solo vosotras sois dignas de ser salvadas en este pueblo. Huid hacia el monte. Voy a castigar a este pueblo, lo voy a anegar”. A la salida del pueblo, clavó el bastón y comenzó a brotar agua. Tan solo quedó al descubierto una pequeña isla, que jamás se cubre en las crecidas y que está situada exactamente en el mismo lugar donde se encontraba el horno en el que fue socorrido. Esa leyenda se convirtió en trágica realidad cuando la noche del 9 de enero de 1959 la presa de Vega de Tera, propiedad de Hidroeléctrica Moncabril, reventó y el agua arrasó el pueblo de Ribadelago. El agua se llevó por delante a 144 vecinos y sólo se pudieron rescatar  28 cadáveres. El régimen de Franco nunca depuró responsabilidades e intentó en todo momento minimizar la noticia de la catástrofe, que se saldó con exiguas indemnizaciones: 90.000 pesetas por cada varón fallecido; 60.000 por cada mujer; y 25.000 por cada niño.

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