lunes, 19 de diciembre de 2016

Pollos de cartón





Se acerca la Nochebuena, los clientes se apiñan en los mostradores de los mercados en busca de pitanza para una velada especial, y los tenderos aprovechan la coyuntura favorable para subir los precios de los artículos que ponen al alcance de la vista. Contaba Manuel Martín Ferrand que los españoles hemos pasado mucha hambre. Observe el lector que  pongo “hambre” en femenino. El latín, la lengua de donde procede el término vulgar famen, variante de la forma clásica fames, era neutro y admite por tanto el masculino como el femenino, como la mar, la puente o la calor. Dice una copla: Una vez que disfrutaban / el Ebro le dijo a la mar: / yo he pasao por Zaragoza / y tú nunca pasarás. Pero volviendo a la vereda de lo que pretendía exponer y atajando por la puente, que está seco, decía que contaba Manuel Martín Ferrand que los españoles hemos pasado mucha hambre. “Nos hemos conformado -¡qué remedio!- con unas gachas de almorta que producían latirismo, una especie de parálisis, y nos hemos comido todas las bellotas del campo. La sopa de pan con un vestigio de tocino era un lujo para nuestros antepasados. De hecho, hasta entrado el siglo pasado, comer, y hacerlo a diario, era cosa de los poderosos. Y no de todos”. ¿Quién no recuerda las viñetas de Carpanta? Josep Escobar (Barcelona, 1908-1994), su dibujante, había sido empleado de Correos y  depurado y encarcelado al término de la Guerra Civil. Fichado por la Editorial Bruguera, también hizo cine de animación. Ganó un premio en el Festival de Venecia en 1950. La figura de Carpanta, que en sus viñetas llegó a comer pollos de cartón y frutas de plástico, apareció por primera vez en el semanario “Pulgarcito”, en 1947, con las secuencias disparatadas de “Trece a la mesa”. El argumento era el siguiente: en una cena selecta se reúnen trece invitados. A la señora de la casa le horroriza el número 13 y da por hecho que ocurrirá alguna desgracia. Para tratar de evitarla, ordena a su mayordomo que busque a alguien para sumar catorce comensales y eliminar el mal fario de la fatídica cifra. El sirviente aprovechará la visita de un mendigo que llama a la puerta y le invitará a cenar. Ese mendigo, que no tendrá nombre durante toda la historieta, se convertirá en Carpanta.  El mayordomo, para que no desentone entre los demás asistentes, le entregará una levita negra, una camisa blanca y la pajarita que sustituirán a sus andrajosas ropas. Los tiempos cambian y lo que ahora se hace en algunos pueblos como un acto folclórico, pongamos por caso la matanza del cerdo, antes era una necesidad familiar en su intento desesperado de achicar la penuria. En su día, los jerifaltes del régimen impuesto por Franco, pretendieron que no apareciesen en los quioscos de prensa las viñetas de Carpanta. La razón, según ellos, era que en España no se pasaba hambre. Y se pasaba, y mucha.

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