martes, 20 de diciembre de 2016

Sencillez





Decía Jardiel Poncela que hay restaurantes donde es tan frecuente dar gato por liebre que para cazar ratones tienen conejos amaestrados. Si les digo la verdad, viendo en televisión el programa del chef Alberto Chicote, donde éste acude a restaurantes infames y enseña al espectador cocinas llenas de mugre en un intento, no sé si vano, de  mejorarlos, se me quitan las ganas de salir a comer fuera de casa. No todo vale. Hoy a cualquier cosa le llaman restaurante por el hecho de dar de comer. Y no es así. Todo el árbol es madera, pero el pino no es caoba. Lo mejor es practicar en casa, ponerse el mandil, también vale el de las tenidas masónicas, y desempolvar los viejos libros culinarios. Se puede intentar hacer, e invito a ello, algo muy sencillo con el que el triunfo está asegurado. Pero como nadie te lo premiará, te puedes colocar en la solapa un ramito de perejil a modo de medalla de Sufrimientos por la Patria. A veces hasta te quemas. Se trata de cocinar unos plátanos con abrigo de plata. ¡Toma ya! Se pelan, se envuelve cada uno de ellos en papel de aluminio (siempre por el lado pulido) con un poco de mantequilla, una cucharada de mermelada (mejor de albaricoque o melocotón) y una pizca de vainilla. Se ponen sobre una bandeja y se hornean a 220 grados hasta que se hinchan. Entonces, se sacan del horno, se les quita su envoltura, se espolvorean con azúcar glass y se dejan enfriar. El secreto de la comida consiste en hacerla sencilla y poner amor en lo que haces. “Mi querer y tu querer / son dos quereres en uno; / y siempre estamos riñendo / por si es mío o por si es tuyo”. Eso lo escribió Augusto Ferrán, hijo de aragonesa. Su madre, Rosa Forniés era de Pallaruelo de Monegros, cerca de Sariñena.

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