domingo, 18 de diciembre de 2016

Tejiendo telarañas




En las oficinas de Farmacia de principios del siglo XX se vendían pequeñas botellas de agua mineral que, en ocasiones, en nada contribuían a mejorar la salud de los parroquianos que las adquirían. Tal es el caso de algunas boticas zaragozanas que vendían en pequeños frascos aguas “milagrosas” con concentración de diversas sales que parecía que aliviaban algunos problemas intestinales, aunque su eficacia nunca quedó demostrada. Sin embargo, existe un trabajo, “Fuentes curativas de Zaragoza. Naturaleza mágica” (Medicina naturista, 2008.Vol.2, nº 2:110-114) publicado por los periodistas  Francisco Iturbe Gracia y Ángel Ruiz Solans, donde se hace referencia a siete manantiales en las cercanías de Zaragoza que han ido quedando en el olvido. Esos manantiales son: Fuente de la Junquera, Agua Fita Santa Fe, Fuente de la Teja, Fuente de la Salud, Salada de Mediana, Fuente del Berro (prácticamente seca) y Pozo de San Miguel. Aquel trabajo periodístico de cinco páginas (supongo que hecho por encargo), formaba parte de un libro que se publicó en 2008 bajo el auspicio del Ayuntamiento de Zaragoza por medio del Centro de Documentación del Agua, como adelanto a unos fastos, por desgracia mayores que la eficacia, de la Exposición Internacional sobre  Agua y Desarrollo Sostenible que iba a tener lugar pocos meses más tarde. Y todos los manantiales citados tenían en su entorno, sobre el papel, unos valores culturales de cierta relevancia, posibilidades de reutilización técnicamente sencillas y unas propiedades medicinales semejantes al bálsamo de Fierabrás. Hoy, ocho años más tarde, nadie recuerda la mascota Fluvi ni de las fuentes con “milagrosas” aguas. La idea era que Aragón pudiese convertirse en un importante destino turístico. Pero nos miró el tuerto y al día siguiente a la clausura de la Exposición Internacional, el 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers anunciaba su quiebra. Por si fuese poco, en España se desinflaba la burbuja del ladrillo. Esta embarazosa situación desembocó en una crisis financiera y un desempleo que todavía estamos sufriendo. Y lo peor de todo: la Expo dejó un agujero millonario.  Ocho años más tarde sigue viva la imagen del despilfarro, la ruina y la mala planificación.

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