lunes, 26 de diciembre de 2016

Un cementerio de gorriones





En la prensa madrileña ya se anuncian los previstos fastos para conmemorar el cuadringentésimo aniversario de la Plaza Mayor. En el centro de la Plaza ser alza una estatua ecuestre de Felipe III. Si se mira con atención la boca del caballo, fundido en Florencia por Juan de Bolonia y finalizada por Pietro Tacca, está soldada. En 1931, con motivo de la proclamación de la Segunda República, un energúmeno metió un petardo de gran potencia con la mecha encendida en el interior de la boca y reventó el vientre de la estatua. El suelo se llenó de pequeños huesos de pájaros y todos los presentes pudieron darse cuenta de que la tripa del caballo había sido durante siglos una trampa mortal para gorriones. Éstos entraban por fina ranura y no podían salir, quedando atrapados para siempre. La longitud de sus alas les impedía salir por donde habían entrado. Al iniciarse los trabajos de restauración, a cargo del escultor Juan Cristóbal (autor, entre otros muchos trabajos de la estatua del Cid Campeador a caballo, en Burgos, y del monumento a Julio Romero de Torres, en Córdoba), fue cuando se selló con soldadura la boca del equino. No hay mal que por bien no venga.

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