sábado, 7 de enero de 2017

A la vera del estupor





Ese tiovivo multicolor que nos divierte ha dejado de rodar y todo ha vuelto a la aparente normalidad. Se acabaron los turrones, las sidras, los espumillones, los peces que beben en el río, los pitos, las flautas y la madre que los parió. Aquí lo que toca ahora es preparar la Semana Santa, o sea, cuando a ese Dios que acaba de nacer lo matan de mala manera. Pasamos de Melchor, Gaspar y Baltasar a Anás, Caifás y Pilatos, del turrón a las torrijas y de las uvas de la suerte a cortar calles para que pasen las procesiones a golpe de timbal. Y entre ambas cosas aparece el Carnaval anunciando una atroz primavera. Contaba Cela en La rueda de los ocios que “las religiones –incluso las falsas- tratan de dar al hombre fuerzas morales con las que poder resistir a esa gran incógnita que es la vida y a esa otra incógnita, mucho mayor y mucho más misteriosa, que es la muerte”. Enero avanza ya silente y sin bullangas, con más pena que gloria y con los bolsillos vacíos de calderilla. Toca esperar a que los días alarguen y a que las aliagas, esas legumbres lampiñas y espinosas, florezcan. El dicho “cuando la aliaga florece el hambre crece”, hace referencia a que los rebaños tienen  poco pasto para rumiar en las mesetas esteparias. Estamos varados a la vera del estupor y observamos con atención a los prestidigitadores de la política por ver cómo sacan el conejo de la manga. Ayer se celebró, también, la Pascua Militar. En la prensa, todo se redujo a contarnos que Letizia Ortiz repetía vestido. Uf, voy a tomarme un anís La Dolores por ver de matar la lombriz del aburrimiento.

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