miércoles, 15 de marzo de 2017

La astracanada del delito de odio





José María Ruiz Soroa, en El País, publica una tribuna que debería hacernos reflexionar. En su trabajo “Queda prohibido odiar” mete el dedo en la llaga. Viene a decir que castigar el odio y tipificarlo como delito es un “exceso” del Código Penal en un Estado de derecho. “Las personas –así lo entiende Ruiz Soroa- tienen derecho a la libre manifestación pública de sus ideas o pensamientos con independencia de que sean verdaderas o falsas, correctas o mentirosas, adecuadas a la dignidad de todos o contrarias a esa igualdad”. (...) “El primer derecho que otorga la Constitución es el de no estar de acuerdo con ella y poder decirlo públicamente”. (...) “Casi toda la propaganda política partidista se basa en el menosprecio directo de las personas o los partidos rivales, no digamos de sus obras, tales como la ley mordaza, la reforma laboral o el despojo de derechos a los débiles. Pero cuando se trata de fomentar el odio o menosprecio a Rajoy, Mas o Iglesias, vale, es normal, cuando el menosprecio es de mujeres, homosexuales, gitanos, niños o inmigrantes, entonces es delito. Pues no lo entiendo. Es repugnante, sí, pero ¿por qué es delito?”. (...) “Que cometer delitos concretos por motivos de odio a minorías sea especialmente castigado parece bien; pero castigar el odio mismo es tanto como castigar estados de ánimo”. Personalmente estoy de acuerdo con su criterio. Yo tengo derecho a odiar, a amar o a proteger a quién me venga en gana. Verbigracia: odio la Monarquía como forma de Estado, odio a un empresario que me hizo la vida imposible, odio al vecino de arriba que hace ruido por la noche y no me deja dormir, odio a la derechona corrupta que intenta dar lecciones de patriotismo al resto de los ciudadanos, odio a las señoras que en las recepciones palaciegas hacen genuflexiones vergonzosas cuando estrechan la mano de la consorte del rey, odio el lacayismo y a la prensa lacaya puesta al servicio del Poder, odio a Mafo, gobernador del Banco de España torpe que no supo atajar el sindiós de las cajas de ahorro, odio el hecho de que no pueda salir a la luz la verdadera historia jamás contada ocurrida el 23-F, etcétera. Podría seguir, pero me aburre. El odio nunca desaparecerá  por el hecho de estar prohibido y constituir delito. Pretender castigar los estados de ánimo me parece una astracanada impropia en un Estado de derecho.Pero no sufran, yo también me odio.

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